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Luego rió, apoyándose con fuerza en su brazo, tendiendo el rostro hacia él. ¡Tienes celos!... ¡Mi tiburón tiene celos! Sigue hablando. No sabes lo que me gusta oírte. ¡Quéjate!... ¡pégame!... Es la primera vez que veo á un hombre con celos. ¡Ah, los meridionales!... Por algo os adoran las mujeres. Y decía verdad.

Quedaron largo rato Aresti y Sánchez Morueta, con la cabeza baja, como anonadados por el incidente. El doctor fué el primero en romper el silencio. Pepe, adiós dijo con voz triste, abandonando su asiento, y tendiendo una mano á su primo. Yo no te pregunto como tu mujer «¿y consientes esoAl fin es tu esposa y con ella has de vivir. ¡No te vayas así! exclamó el millonario con ansiedad.

El temporal se resolvió, como ordinariamente, en lluvia fina y menuda que empezó a descender con pausa, tendiendo por la atmósfera un velo sutil y tremante, formado de hilos de agua, el cual amortiguaba aún más el brillo de la luz naciente y borraba los contornos de los objetos lejanos. La marea subía.

Por fin se quedaron solos los de casa. Don Baldomero y Barbarita besaron a sus hijos y se fueron a acostar. Esto mismo hicieron Jacinta y su marido. Escenas de la vida íntima i A poco de acostarse notó Jacinta que su marido dormía profundamente. Observábale desvelada, tendiendo una mirada tenaz de cama a cama.

Y, para disimular su turbación, se lleva la mano al bigote. , se trabaja repite ella maquinalmente, mirándolo siempre. Después, de pronto tendiendo hacia él la mano y apartando los cinco dedos como si quisiera señalarlo con todos a la vez, dice en medio de una explosión de risa: Pero ¿no es usted Juan? El balbucea: ... soy yo... ¿Y usted? Yo soy su mujer. ¿Qué? ¿usted?... ¿la mujer de Martín?

Y tendiendo una ropa de vestir, echó allí cada uno los zarcillos de su despojo. 27 Y Gedeón hizo de ellos un efod, el cual hizo guardar en su ciudad de Ofra; y todo Israel fornicó tras de ese efod en aquel lugar; y fue por tropiezo a Gedeón y a su casa. 28 Así fue quebrantado Madián delante de los hijos de Israel, y nunca más levantaron su cabeza.

No: aquellos ídolos habían engañado á la humanidad demasiado tiempo y debían morir. Sus días aún serían largos, pero estaban contados. Los hombres comenzaban á maldecirlos, tendiendo hacia ellos las manos hostiles con la sublime rebeldía del sacrilegio. Eran los alcahuetes de la injusticia.

Cuando la niña se hubo puesto de pie, Ramiro se adelantó tendiendo los brazos; pero ella le contuvo con grave reverencia. Una emoción profunda, indecible, estremeció el pecho del niño. El enano le puso la mano sobre el hombro y salieron. La heredad de Íñigo de la Hoz, en el Valle-Amblés, estaba situada casi al pie de la sierra, como un cuarto de legua al poniente de Sonsoles.

Miróme repentinamente. ¿Ni aun con Margarita? dijo. No veo lo que aquí significa el nombre de la señorita Margarita. Rechazó con una mano los cabellos que inundaban su fisonomía y tendiendo la otra hacia , con gesto amenazador. Usted la ama dijo con voz sorda, ó más bien ama su dote; pero no la obtendrá. ¡Señorita Helouin!

Su padre le había hablado de remotos ascendientes que alcanzaron nobleza y fortuna tendiendo su vela en humildes puertos españoles para lanzarse como gaviotas por el Océano Tenebroso, en busca de tierras de misterio, detrás de los primeros derroteros de Colón y los Pinzones.