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El General emprendió su marcha á la ALJAFERIA, y como eran las doce del dia y el sol se desplomaba con fuerza, Cerezo pidió un quitasol en una de las tiendas del Coso, y haciéndole sombra con él, le acompañó hasta el Castillo, y le colocó en uno de los pabellones mas decentes, donde permaneció tratado con la mayor consideracion, y sin sufrir el menor insulto hasta el 14 de junio de 1808.

Zaragoza tiene magníficas iglesias que llaman la atencion del viajero y que merecen verse, como la Seo y Nuestra Señora del Pilar. Sus edificios mas notables son la Lonja y los palacios del Arzobispo y del General. Entre sus calles ocupa el primer lugar la del Coso, ancha, recta, despejada; hay muy buenos paseos al rededor de la ciudad.

Esperarme; pero al llegar conmigo á la esquina me da una disculpa cualquiera y se larga.... Y cuando coso en el Muelle, ó en alguna calle del centro, me espera en el mismo portal: allí estamos un rato hablando, y luego ... cada uno por su lado. Como usté comprenderá, esto no halaga nada á una mujer.... Por eso me gustan más los de mi parigual. ¿Y quiénes son esos? Pues los chicos del comercio.

Los apuestos caballeros, vestidos de brillantes sedas, salían al coso, jinetes en sus corceles, para alancear la bestia o rejonearla ante los ojos de las damas. Si el toro llegaba a desmontarlos, tiraban de la espada, y con ayuda de los lacayos daban muerte a la bestia, hiriéndola donde podían, sin ajustarse a regla alguna.

Esta era mucho mas reducida que lo que es ahora, cuando fué conquistada por los moros. Frente de este muro se hallaba el foso, que despues ha dado el nombre de Coso á esa calle magnífica.

Después de prolijas experiencias y estudios, llegué a este resultado inconcuso: la casa de huéspedes es una institución típicamente española, algo así como la lidia de reses bravas en coso, el cocido y el cultivo de las verrugas pilosas con fines estéticos.

Algunas veces, un torpedero, al entrar en el puerto viejo, se deslizaba por la boca de una de estas callejuelas sombrías como si pasase por la lente de un anteojo. Al sentirse fatigado el marino por el mal olor y la miseria viciosa de los barrios viejos, volvía al centro de la ciudad, paseando bajo los árboles de las avenidas de Meilhan ó entre los puestos de flores del Coso Belzunce.

Venturita se había resistido un poco; mas al ver el empeño que su hermana ponía, consintió en ello. Cecilia emprendió con tanto afán la obra, que le faltaba tiempo para comer y dormir. Algunas veces, cuando su cuñado le instaba a salir, le respondía: Mira, hoy déjame trabajar. Hace tres días que apenas coso nada.

El lienzo a los ojos acerca o aleja, mojado por ellos en llanto de fuerza. Por cumplir se viste las tocas más negras, tocas que al domingo en galas se truecan. Memorias pasadas se van como niebla, finezas del día sol es que penetra. Y airoso mancebo que el coso pasea, y tercia la capa y ronda la reja. Las glorias presentes el olvido engendran, fabrican mudanzas las nuevas ternezas.

Pero Morsamor aún fue más aplaudido, porque, en cerrado coso, a caballo, y armado también de frágil bastón en cuya extremidad había acicalado hierro, lidió y mató bravos toros entre las entusiastas aclamaciones de caballeros y de damas. Sin duda entonces hubo de prendarse de Morsamor doña Sol de Quiñones. Lo cierto es que él se prendó de ella, hizo gala de que la servía y vistió sus colores.