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Fernando, ante estos vestigios de la época del Imperio, evocaba en su imaginación el típico caballero del Brasil tradicional, tal como lo había visto en libros y grabados: galante en sus maneras, sentimental y poético como un lusitano, la cara enjuta y pálida, con ancha perilla, sudando bajo la levita negra y el cilindro lustroso del sombrero de copa, un quitasol bajo el brazo y unos pantalones blancos de hilo por toda concesión al clima de su país esplendoroso.

Puesto que no hay otro remedio, parecían decir, dejémonos tostar por ese bárbaro, esperando mejores tiempos. Algunas hojas más pequeñas que las otras no podían resistir aquel infierno y se doblaban y retorcían como pacientes en el tormento. La condesa avanzaba por la huerta. La sombra desmesurada de su quitasol corría como densa nube por encima de los cuadros de hortaliza.

Lucía, a la sombra de su quitasol rojo, se sentía como la señora de toda aquella natural grandeza, y como si el mundo entero, de que tenía a los ojos hermosa pintura, no hubiera sido fabricado más que para cantar con sus múltiples lenguas los amores de Lucía Jerez y de su primo.

Al día siguiente estaba allí la hamaca de Blanca colgada a la sombra de un quitasol, y Raúl se ofrecía alegremente a embadurnarse la cara de negro como el Nelusco de la Africana, para completar el programa. La verdad, no se atreve ya una a expresar el menor deseo suspiraba la buena señora encantada columpiándose con un gozo de niña mientras el conde la abanicaba gravemente con un marabú.

De repente se levantó una gritería espantosa. Corrimos; era una cuerda de presos, que un soldado, de grandes lentes, empujaba con su quitasol, amarrados los unos a los otros por el extremo de la coleta.

Viajando por Andalucía había visto al borde de un río unos muchachos que intentaban ahogar á un perro vagabundo, arrojándole piedras. Mary cayó sobre ellos, loca de cólera, apaleándolos con su quitasol. Uno de los chicuelos lloró, arrojando sangre por las narices... Este mal recuerdo había perturbado muchas de sus noches.

Después del almuerzo, se calza sus botas de caña, alisa su sombrero de copa y se va muy despacio hasta la calle de los Capellistas, al escritorio en planta baja del corredor Godinho, donde pasa dos horas sentado junto a la ventana, con las velludas manos apoyadas en el puño del quitasol.

Lo mismo las damas que venían haciendo girar su quitasol de seda sobre el hombro, ostentando los menudos pies ceñidos por zapatos de tafilete, que las menestralas con blanco pañuelo de percal por la espalda y el clavel de rigor en el pelo, al levantar sus ojos negros, expresivos y encontrarse con las sonrisas de nuestros vecinos y los grotescos ademanes de admiración, sonreían también graciosamente.

En lo alto de las colinas, los pinos solitarios destacaban sobre el espacio azul sus copas de quitasol: unos, rectos y gallardos; otros, oblicuos como si quisieran acostarse. No se veían las flores del fantástico jardín, pero Maltrana se las imaginaba enormes, como nunca se habían abierto en la tierra a la luz del sol.

Sa-Tó, me dice sus nombres: forman parte de la guardia selecta, que en las ceremonias da escolta al quitasol de seda amarilla con un dragón bordado que es el emblema sagrado del Emperador. Todos ellos cumplimentan profundamente a un viejo de barbas venerables, con sobrevesta amarilla, privilegio de los ancianos.