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Espiando por detrás de los visillos aquella florida juventud, ávida de los goces estéticos, vio pasar a Granate correctamente vestido, balanceando su torso colosal sobre unas piernas que no lo merecían. Le vieron entrar en casa de Estrada-Rosa y hasta oyeron el ruido del picaporte. Nada más. Inmediatamente se abrieron de par en par los balcones del café y se llenaron.

Después de prolijas experiencias y estudios, llegué a este resultado inconcuso: la casa de huéspedes es una institución típicamente española, algo así como la lidia de reses bravas en coso, el cocido y el cultivo de las verrugas pilosas con fines estéticos.

Sea que los artistas tuviesen más aficion á los sacerdotes, los pliegues de cuyos hábitos les conviniesen más para sus fines estéticos, ó que los frailes, desempeñando tanto papel en la sociedad filipina preocupasen más la mente del escultor, sea una cosa ú otra, el caso es que abundaban sus figuritas, muy bien hechas, muy concluidas, representándoles en los más sublimes instantes de la vida, al revés de lo que se hace en Europa donde se les pinta durmiendo sobre toneles de vino, jugando á las cartas, vaciando copas, refocilándose ó pasando la mano por la fresca cara de una muchachota.

Sin embargo, para escribir una historia literaria, y más la de un pueblo como España, tan rico en estas obras de ingenio, era necesario además poseer otros muchos conocimientos, tanto estéticos como históricos y literarios.

Es deplorable que los desventurados ensayos dramáticos, que se han visto en nuestros teatros, hayan producido tales extravíos estéticos, que nos veamos obligados á perder el tiempo hablando de cosas tan sencillas y obvias.

Pero, ¿qué mucho si hasta menos altas facultades y virtudes, cuando están en potencia, se actúan, se acicalan, se templan, se bruñen y se aguzan en París como la espada en la oficina del armero? En París, no sólo el entendimiento, la imaginación y la sensibilidad, no sólo los sentidos estéticos, o sea la vista y el oído, sino también los otros tres sentidos, se educan y se perfeccionan.

Todos son dignos, como los oficios en que el hombre cumple con la ley del trabajo, pero unos son bajos y otros elevados. Quizá esta afirmación parezca anticuada á los modernos estéticos, pero la encuentro exacta. Después de todo, en la mayor parte de estos asuntos á me basta la verdad antigua.

Los principios estéticos, en que fundo mis juicios, son los que he adquirido estudiando incesantemente, y con placer siempre nuevo, á los grandes poetas antiguos y modernos, así como los escritos de Schlegel, Tiek y otros maestros de crítica literaria. Este método ofrece la ventaja de ser comprendido fuera de Alemania, y por los que hablan otras lenguas.

Todo esto es, a la verdad, inaudito, y el aplauso y la boga que tales libros alcanzan en una nación tan civilizada como Francia, indican bien claro cuán aceleradamente van retrogradando los estudios estéticos, que parecían llamados a tan gloriosos destinos después del impulso que les imprimió la mano titánica de Hegel.

Algunos estéticos contestarán afirmativamente á esta pregunta, sin vacilaciones de ningún género, y los autos españoles y las moralidades, obras informes de un arte incipiente, serán ordenados por ellos en la misma categoría. Es tan general la creencia de que han de desterrarse del drama las personificaciones alegóricas, que casi todos los poetas modernos han renunciado á ellas.