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Su generosidad, mal empleada primero, ya en mujeres livianas, ya en sostener en la holganza y la crápula al desvergonzado parásito Pepe Carranza, empieza a tomar atinada dirección merced al cariño, sin el menor viso ni asomo de concupiscencia, que le inspira Soledad, fiel y honrada ama de llaves.

Venía a entregar esta niña que he recogido en la calle... y al mismo tiempo a hablar con don Pedro o con usted cuatro palabras. Al proferir esta última, la voz del barón se alteró de un modo perceptible. ¿No me conoce usted? añadió, viendo que la dama le miraba fijamente sin contestar. En los pueblos casi todos se conocen, sobre todo las personas de viso, aunque no se traten.

Cuando personas de tanto viso podían asistir á tal espectáculo, sin arriesgar la majestad ó la reverencia debida á su jerarquía y empleo, era fácil de inferirse que la aplicación de una sentencia legal debía de tener un significado tan serio cuanto eficaz; y por lo tanto, la multitud permanecía silenciosa y grave.

Pero continuando con la metáfora de la guillotina política, si este bosquejo de la Aduana, que voy á terminar, pareciere por ventura demasiado autobiográfico para que lo publique en vida una persona que, como su autor, no es de mucho viso, téngase en cuenta que procede de un caballero que lo escribe desde ultratumba. ¡La paz sea con el mundo! ¡Mi bendición para mis amigos! ¡Mi perdón para mis enemigos! ¡Me encuentro en la región del reposo!

Así como los eruditos se precian de no ignorar la más mínima particularidad concerniente a remotas épocas históricas, este sujeto se jactaba de poder decir, sin errar punto ni coma, lo que disfrutaban de renta, lo que comían, lo que hablaban y hasta lo que pensaban las veinte o treinta familias de viso que encerraba el recinto de Santiago.

Don Baltasar de la Cueva, conde de Castellar y de Villa-Alonso, marqués de Malagón, señor de las villas de Viso, Paracuellos, Fuente el Fresno, Porcuna y Benarfases, natural de Madrid, hijo segundo del duque de Alburquerque, caballero de Santiago, alguacil mayor perpetuo de la ciudad de Toro, alfaqueque de Castilla y vigésimo virrey del Perú, entró en Lima el 15 de agosto de 1674, ostentando dice un historiador en acémilas lujosamente ataviadas la opulencia que solían sacar otros virreyes.

Las aguas del rio Iténes despues de estar reunidas con las del Mamoré, corren por un largo espacio sin mezclarse y conservando todavía su viso particular.

Creyó que esta figura era de cartón, groseramente modelada por algún artista inhábil, toda ella del mismo color amarillo: faltaba que la pintaran las cejas y que sobre la calva adaptasen una peluca para darle cierto viso de realidad.

Sobre la ribera izquierda se presenta luego la embocadura de un rio al que los indios han dado el nombre de Santa-Rosa: se cree que este rio, cuya corriente apacible tiene un viso negruzco, baje de una laguna que está situada á seis leguas de aquel punto, sobre una magnífica llanura, donde moraban, á la llegada de los Jesuitas, las tribus moxos con las que se ha formado la mision de San-Xavier.

En la compañía de éste, nuestro Pinedo adquirió gran número de relaciones útiles, llegó a conocer y tratar a toda la gente que hacía viso, entre la cual era popular. Tenía el buen tacto de echarse a un lado cuando tropezaba con un hombre inflado y soberbio, dejándole paso. No excitaba los celos de nadie y esto es medio seguro de no ser aborrecido.