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Miras particulares se llevaban el de Villena y otros en difundir por el vulgo tales voces, pero miras que mas tarde fueron descubiertas por los que mas le vendian amistad, declarando al soberano verbalmente los proyectos concebidos por ellos, y mostrándole por escrito la correspondencia que habian interceptado dirigida á D. Juan de Portugal, á la cual contestó inmediatamente D. Fernando por medio de su enviado de negocios, Lope de Alburquerque.

Refirió entonces Maxi un pasaje curiosísimo y reciente de la historia de la tal Mauricia, que había sido contado aquella misma tarde, después de la cura, por el Sr. de Aparisi, uno de los que solían ir de tertulia a la botica. «Pues esa buena pieza, en una de las tremendas borrascas que le produce el maldito vicio, fue recogida de la calle por los protestantes, que tienen su capilla y casa en las Peñuelas». Enterose doña Guillermina, la señora esa que pide para los huérfanos de la calle de Alburquerque, y lo mismo fue saberlo, que volarse... Vean ustedes.

El apóstol Santiago, montado en su caballo blanco, se aparecía en las más sangrientas batallas de Alburquerque e iba matando moros.

Mientras tanto, disponíase en la antecámara la aristocrática ceremonia, instituida en rigor de verdad por el emperador Carlos V, cuando limitó el privilegio de cubrirse ante el rey, común antes a todos los títulos, a doce Grandes de España, que se llamaron desde entonces Grandes de primera clase, y fueron los duques de Medinasidonia, Alburquerque, Infantado, Alba, Frías, Medina de Rioseco, Escalona, Benavente, Nájera, Arcos, Medinaceli y el marqués de Astorga.

Aquel que va en aquel coche es el Marqués de Floresdávila, Zúñiga y Cueva, tío del gran Duque de Alburquerque, que hoy está sirviendo con una pica en Flandes, capitán general de Orán, donde fué asombro del África levantando las banderas de su Rey veinte y cinco leguas dentro de la Berbería. Allí va el Conde de Castrollano, napolitano Adonis.

D. Alonso Coronel no obstante obtuvo del rey D. Pedro, por mediacion de D. Juan Alfonso de Alburquerque, el estado de Aguilar reteniendo á Capilla. Despues de muerto D. Alonso Coronel, su estado fué incorporado á la corona; y muerto el rey D. Pedro, D. Enrique II dió la villa de Aguilar á D. Gonzalo Fernandez de Córdoba, de quien se derivó á sus descendientes los marqueses de Priego.

¡Ah! pues entonces repuso el ministro, repito que no corre prisa; y volviéndose en la banqueta y hacia el portugués: Avíseme usted señor don Ambrosio de Castro y Pajares, Almendrugo, Oliveira y Caraballo de Alburquerque y Santarén, en cuanto llegue la hacienda. Dicho esto, volvió Su Excelencia a anudar el roto hilo de su feliz ensueño, donde es fama que soñó que era efectivamente ministro.

Desde que Singapore apareció en la geografía práctica, el género de Cantón y Shangai dejó de venir en aquellas pesadas fragatonas de los armadores de Cádiz, los Fernández de Castro, los Cuesta, los Rubio; y la dilatada travesía del Cabo pasó a la historia como apéndice de los fabulosos trabajos de Vasco de Gama y de Alburquerque.

Magallanes, que al par que intrépido marino y valiente soldado, era profundo astrólogo; Magallanes, que seguía con los ojos de la ciencia la rotación de los astros, la dirección de los vientos y el movimiento de las corrientes; que sondaba los abismos en el mundo de su inteligencia al par que interrogaba las misteriosas é incompletas cartas marítimas del gran Behen, y recogía cuantas observaciones constantemente le presentaba en su camino su aventurera existencia; demarcó la verdadera situación de aquellas islas, colocándolas dentro de los meridianos que á España señalaban las cláusulas de la Bula de Alejandro VI, reproduciendo en un todo al servicio de la corte castellana, sus pasadas hazañas prestadas al soberano de Portugal, en la aventurada empresa del sitio de Malaca y en tantas otras á cual más arriesgadas en que tomó parte al servicio de Alburquerque en las comarcas orientales.

Al volver a su casa, tenía la Delfina vivos deseos de saber si Guillermina había hecho algo. Llamola por el balcón; pero la fundadora no estaba. Probablemente, según dijo la criada, no regresaría hasta la noche porque había tenido que ir por tercera vez a la estación de las Pulgas, a la obra y al asilo de la calle de Alburquerque. Aquel día ocurrió en casa de Santa Cruz un suceso feliz.