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Enormes mulas, lerdas y toscas pero de suma resistencia y solidez, y habituadas á caminar según su instinto y voluntad por los mas agrios desfiladeros y páramos, aguardaban á sus caballeros y amazonas prosáicas, modestamente ataviadas; en tanto que muchos peones cargueros alistaban sus sillas de manos para trasportar á las señoras enfermas ó incapaces de montar.

Al otro lado del puente nos encontramos una alegre caravana, en la que nos llamó la atención varias dalagas á caballo perfectamente ataviadas, luciendo caprichosos sombreros con gran profusión de gasas y flores. Los colores de las faldas y los pañuelos que resguardaban sus hombros, eran de colores muy fuertes que destacaban el negro del tápiz.

Conjunto tan bello como genuino de elementos artísticos, que á pesar de sus diversos orígenes, fueron peregrina y hábilmente combinados por el talento de nuestros obreros mudéjares y cristianos de pasadas centurias, elocuente expresión del refinado gusto de peritísimos artífices, fehacientes testimonios de la cultura general alcanzada que llegó á resplandecer en todas las esferas, produciendo originales construcciones ataviadas con el más depurado gusto decorativo, tales fueron las suntuosas moradas que edificaron los magnates y favoritos de la fortuna, en aquellos dias gloriosos, en que pudieron decir algunos de nuestros monarcas, que en sus dominios no se ponía el sol.

Y la gente de á pie, desde la acera, hacía coro á aquellos diálogos batiendo las palmas, celebrando con igual algazara los requiebros picarescos de los mancebos que las respuestas saladas de las niñas. Cruzaban numerosas comparsas ataviadas con trajes originales, unas de majos, otras de trovadores, otras de frailes, etc., todas tocando y cantando muy concertadamente.

Cuantos historiadores han descrito el acto de la entrega de la Infanta hacen mención del contraste que ambas Cortes formaron: las damas francesas se presentaron ataviadas con exquisita elegancia; las nuestras afeadas por sus ridículos guardainfantes y tontillos; en cambio los caballeros de Luis XIV iban sobrecargados de lazos, cintas y moños mientras los españoles vestían el airoso traje de seda y terciopelo negros, esmaltado el pecho por alguna venera verde o roja de las Órdenes Militares.

Las mujeres llenaban todo el centro de la nave: había tantas que estaban apiñadas, molestas, dejando oír continuamente el chocar de las sillas, el crujido de las sedas y el aleteo de los abanicos. No iban vestidas de trapillo, como salen a las primeras misas, sino lujosamente ataviadas, cual si para ir a la casa de Dios les hubiesen servido la vanidad y la tentación de doncellas consejeras.

Trabajo costó abrir estrecho paso á los príncipes y su séquito entre aquella masa compacta, que los saludó con aclamaciones atronadoras. Tras ellos fueron llegando numerosos nobles y damas ricamente ataviadas y pronto quedaron llenas las tribunas, relucientes de oro y pedrería.

Mi felicidad llegó a su apogeo al verme, danzando con el señor de Couprat, en aquel salón lleno de luces, a la vista de tantas señoras riquísimamente ataviadas, y entre aquella sociedad de la que me hallaba tan lejos poco antes. Pablo bailaba mucho mejor que los demás.

Todas las casas ostentaban rojas colgaduras y banderas; en la calles habían construido gradas para los espectadores y pasé saludando a derecha e izquierda, entre entusiastas aclamaciones, saludado a mi vez por millares de blancos pañuelos. Los balcones estaban llenos de damas vistosamente ataviadas, que aplaudían, saludaban y me dirigían sus más seductoras miradas.

Por otra, interesan mucho al extranjero los grupos de campesinos que estacionan á orillas de la calle y al derredor de las fuentes, vendiendo sus frutas y provisiones: gentes de fisonomías candorosas y amables, sobre todo las mujeres, ataviadas del modo mas original.