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Su sangre se enardeció de nuevo, y su espíritu, inflado otra vez con el viento de la honra, volvió a soñar en los triunfos y loores de la vida y en todas las hazañas que él hubiera podido realizar por el mundo.

Dicho y hecho: la Caña se largaba todos los días un articulazo que no leía nadie, criticando la gestión de la Hacienda; pero no así como se quiera, sino con números. «Con los números no se juega» decía él, y le metía mano al presupuesto y lo desmenuzaba como si fuera la cuenta de la lavandera. «Si esta gente no comprende decía en el café inflado de autoridad , que sin presupuesto no hay política posible, ni hay país, ni nada.

Entretanto, había ganado posiciones junto a la reja del murallón donde estábamos, una señora gorda, con un peinado de bananas sobre el cual colgaba una mantilla española de chapa, metiendo codo a todos los obstáculos que había encontrado a su paso; la cara, iluminada por una capa de colorete recientemente aplicada, distribuía una sonrisa perenne por todas partes; y metida dentro de un vestido de moirée verde, inflado por un miriñaque movedizo y oscilante, parecía un montgolfier en el momento de elevarse.

La señá Eufrasia era la única que intentaba consolarlos con sus palabrotas enérgicas. Los demás, enardecidos y contentos por la proximidad de la tierra soñada, volvían la cabeza, huyendo de sus lamentaciones. Subido en un caramanchel, un hombre tocaba la gaita, saludando a Buenos Aires con el mugido melancólico del inflado pellejo. En el castillo de proa sonaba la flauta pastoril de los árabes.

En la compañía de éste, nuestro Pinedo adquirió gran número de relaciones útiles, llegó a conocer y tratar a toda la gente que hacía viso, entre la cual era popular. Tenía el buen tacto de echarse a un lado cuando tropezaba con un hombre inflado y soberbio, dejándole paso. No excitaba los celos de nadie y esto es medio seguro de no ser aborrecido.

Permanecían inmóviles, flácidos, torpes, bajo la caricia pálida de los rayos solares, rezumando grasa por sus poros. Muchos parecían dormir. Algunos más jóvenes, como si presintiesen un peligro al aproximarse al buque se arrastraban sobre sus cortas nadaderas, arrojándose al agua con el estrepitoso chapoteo de un odre inflado.

Una noche llevaráselo la garduña. Unicornios. No tengo gato, no; ni gato ni liebre. Engañasvos. Vivo por el amor de Dios y de las buenas almas. Todos me robaron, y vosotros también, manguanes, que me pedís cosas emprestadas y luego me negáis los réditos.... En esto, como inflado navío de aparejo redondo, un navío de ensueño, aporta Apolonio en el grupo. La tempestad de los viejos se encalma.