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Tal vez las glorias del Imperio habían modificado su existencia, y en vez de ir á la cervecería frecuentaba el casino de los oficiales, mientras su familia se mantenía aparte, aislada de los civiles, por el orgullo de la casta militar; pero en el fondo era siempre el alemán bueno, de costumbres patriarcales, pronto á derramar lágrimas ante una escena de familia ó un fragmento de buena música.

Dudo mucho, ó mejor dicho, creo firmemente, que ningún funcionario público de los Estados Unidos, civil ó militar, haya tenido bajo sus órdenes un cuerpo de veteranos tan patriarcales como el que me cupo en suerte. Cuando los por vez primera, quedó resuelta para la cuestión de saber dónde se hallaba el vecino más antiguo de la ciudad.

La antigua Carpetania la cuenta entre sus pueblos patriarcales, Roma entre sus colonias, entre sus esclavas los alanos, entre sus reinas los godos. En ella busca amparo el naciente Cristianismo, y los renombrados Concilios toledanos enaltecen su fama en todos los pueblos visitados por los Varones Apostólicos.

Un historiador se propone retratarme la sencillez de las costumbres patriarcales; recoge abundantes noticias sobre los tiempos mas remotos, y agota el caudal de su erudicion, filosofía y elocuencia, para hacerme comprender lo que eran aquellos tiempos y aquellos hombres, y ofrecerme lo que se llama una descripcion completa.

Al estar junto á él, no supo qué decir ni cómo empezar y apelando al recurso de la acción, abarcó en sus brazos de blancas carnosidades, los hombros del temido ogro. ¡Pepe... Pepe! murmuró con voz tenue, como un gemido dulce. Y su boca se abrió paso entre las barbas patriarcales, con besos ardorosos.

De buena gana rompería mis pinceles cuando comparo la naturaleza de este triste Occidente, mezquina y desgraciada, con esos climas favorecidos, esos cielos puros y ese sol sin mancha del magnífico Oriente, cuando vago con el pensamiento, bajo las chozas nómadas y patriarcales de los pastorales oasis o entre los augustos monumentos del viejo Egipto y cuando el magnífico habitante de esas felices regiones se eleva ante mis ojos en toda la energía de su primitiva grandeza y de sus formas originarias, mientras aquí observo cómo se han comprimido todas las fuerzas y restringido todas las facultades.

Se me había dicho que terminaría mi jornada en un pueblecillo de montañeses hospitalarios y pobres, que vivían del producto de la agricultura, y que disfrutaban de un bienestar relativo, merced a su alejamiento de los grandes centros populosos, y a la bondad de sus costumbres patriarcales.

Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje; el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amansan la travesura e inquietud de los nietos; la calle, donde se ven desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia, desde el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara.

El Comillas clásico no existía ya: lo que yo estaba viendo era un pueblo industrial como otro cualquiera, favorecido, durante el verano, por una escogida sociedad de forasteros que habían impuesto á la clase indígena acomodada sus costumbres, como la industria había reducido á sus exigencias los hábitos patriarcales de la masa popular.

Es cómica, sin que el autor lo quiera, la pretensión de hallar inauditas novedades en los refinamientos y quintas esencias con que la moderna cultura presta hechizos supremos a la lascivia. Yo entiendo, y todo el mundo entenderá lo mismo, si bien lo recapacita, que en el vicio mencionado, así como en todos los demás, no ha habido el menor progreso desde las edades patriarcales.