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Recordaba haber leído en las crónicas que el Emperador Alfonso había estado a punto de hacer descabezar a su esposa y al Arzobispo don Rodrigo por haber violado su regia palabra, empeñada a los alfaquíes toledanos. El Canónigo llegó al amanecer y pidió que le dejasen a solas con el mancebo.

Y, habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un grande tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.

-Así es -dijo el licenciado-, porque no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos.

La antigua Carpetania la cuenta entre sus pueblos patriarcales, Roma entre sus colonias, entre sus esclavas los alanos, entre sus reinas los godos. En ella busca amparo el naciente Cristianismo, y los renombrados Concilios toledanos enaltecen su fama en todos los pueblos visitados por los Varones Apostólicos.

Condicion social de los toledanos. La Semana Santa habia empezado, y era el momento mas oportuno de hacer una visita á la «imperial Toledo», la antigua capital de un reino morisco, y de la monarquía española hasta principios del reinado de Felipe II. Aunque en España todas las grandes capitales celebran con bastante pompa la Semana Santa, Sevilla, Toledo y Madrid llaman en esos dias principalmente la atencion.

No nos ha sido posible rastrear el verdadero nombre de este obispo, pues entre los prelados toledanos tampoco hallamos ninguno con el nombre esencialmente arábigo de Kasím. Otro tanto podemos decir del obispo que trajo de Asia las dos célebres fuentes del palacio que vamos describiendo, á quien los historiadores árabes llaman Rabí. Véase la nota 3 de la pág. 173.

Dicen que fué hallada despues en Toledo, cuando don Alonso VI sacó del poder de moros esta ciudad; que estaba escrita en lengua hebrea, i traducida luego en la arábiga, de órden de un sabio rei moro que tenia por nombre Galifre: que mandó aquel monarca volverla en la castellana de aquel tiempo; i que hasta el año de 1494 se conservaba en los archivos toledanos: de los cuales fué arrebatada por los judíos espulsos de España.

Ya sabes, Gabriel: la eterna ceguera de ciertos toledanos de medio pelo, que aceptan como una gloria el noviazgo del cadete con la niña, a pesar de que son rarísimos los casos en que estos amores llegan al matrimonio. Aquí no hay mujer que posea un mediano palmito y se escape de haber tenido su miaja de encariñamiento por unos pantalones colorados.

Toda la parte de la iglesia entre el coro y la puerta del Perdón estaba ocupada por la vistosa y pesada fábrica. Los toledanos acudían a admirar, según costumbre tradicional, la escalinata cubierta de filas de apretadas luces, los legionarios romanos de alabastro apoyados en sus lanzas, y la cortina riquísima, de innumerables pliegues, que bajaba desde la bóveda hasta la plataforma del Monumento.

Los creyentes, para acabar la eterna disputa, habían apelado al «juicio de Dios». El rey nombró el campeón de Roma, y los toledanos confiaron la defensa del rito gótico a la espada de Juan Ruiz, un castellano de orillas del Pisuerga.