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Yo escribí esto; mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro, porque son todos marfuces. Desto tengo mucha pena: que quisiera que no te descubrieras a nadie, porque si mi padre lo sabe, me echará luego en un pozo, y me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la respuesta; y si no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas, que Lela Marién hará que te entienda.

Decadencia del arte arábigo en tiempo de Almanzor: ensanche dado por éste á la Mezquita: la tribuna de la Alicama: la cámara de la limosna: 190. Crecimiento progresivo del Estado y del arte en la España cristiana: hechos que preludian la caida del Califado cordobés: 207. Conquista de Córdoba por S. Fernando: 214. PARTE SEGUNDA. Ereccion de la Mezquita en Catedral. 218

Según Aixa, el libro de Abentofail enseñaba el acceso a la Suprema Visión. Sentándose en las gradas de la alcoba, comenzó la lectura. El libro estaba escrito en arábigo; pero ella vertía las frases al español, resumiendo luego, a su manera, los capítulos. Su voz temblaba. Algo sutil y sagrado se esparcía como una luz sobre toda su persona.

Por este tiempo fué cuando Juan, arzobispo de Sevilla, tuvo que traducir la Biblia del latin al arábigo para que pudiesen entenderla los cristianos de Andalucía, así lo refieren el P. Florez, Bravo, Masdeu y otros.

No se hizo cargo de los fragmentos de arquitectura decorativa, puramente neo-griega, por allí diseminados, ni conoció el estilo arábigo del ciervo de bronce que le estuvo una porcion de años vertiendo el agua en la pila del claustro de S. Gerónimo, cuando él hacia vida de monge. El citado D. Pedro Diaz de Rivas. Véase el Discurso primero de sus Antigüedades de Córdoba.

No nos ha sido posible rastrear el verdadero nombre de este obispo, pues entre los prelados toledanos tampoco hallamos ninguno con el nombre esencialmente arábigo de Kasím. Otro tanto podemos decir del obispo que trajo de Asia las dos célebres fuentes del palacio que vamos describiendo, á quien los historiadores árabes llaman Rabí. Véase la nota 3 de la pág. 173.

Preguntéle al renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, a quien yo dije que en ninguna cosa se había de hacer más de lo que Zoraida quisiese; la cual ya que volvía cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, tantos, que apenas lo podía sustentar, quiso la mala suerte que su padre despertase en el ínterin y sintiese el ruido que andaba en el jardín; y, asomándose a la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran cristianos; y, dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó a decir en arábigo: ¡Cristianos, cristianos! ¡Ladrones, ladrones!; por los cuales gritos nos vimos todos puestos en grandísima y temerosa confusión.

Sevilla había sido siempre para el símbolo de la luz, la ciudad del amor y la alegría. ¡Con cuánta más razón ahora, que iba hacia ella enamorado! Veíanse ya algunas huertas de naranjos, y entre sus ramajes de esmeralda percibíanse como globos de rubíes, según la expresión de un poeta arábigo, las naranjas que de puro maduras se derretían.

Comió el segundo dia á la misma mesa con un Egipcio, un Indio gangarida, un morador del Catay, un Griego, un Celta, y otra muchedumbre de extrangeros, que en sus viages freqüentes al seno Arábigo habian aprendido el suficiente árabe para darse á entender.

Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos, pero a ninguno se rindió la caña sino a , porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al cabo de lo escrito hecha una grande cruz.