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El caracoleo de los civiles y los esfuerzos de los agentes apenas bastaban a contenerla y a impedir, sobre todo, que turbase la marcha del carruaje. El piquete de soldados que lo escoltaba tenía que estrecharse más de lo que exige la táctica, para poder caminar.

Vino César sobre Córdoba y la ganó: aqui fue donde recibió el homenage de casi todos los pueblos de la Bética, aqui donde vió rendido á sus plantas á su enemigo Varron, aqui donde terminó en medio de los aplausos de todo un reino la primera y la mas gloriosa de todas sus campañas. Retoñaron algun tiempo despues las discordias civiles.

Y terminada la revolución, al verse vencedores los enemigos de la tiranía, se dieron buena prisa en acabar con el «triste Chactas», pasándolo a cuchillo en muchos países de nuestra América, quemando sus tolderías, repartiéndose a sus hijos, o mezclándolo en las luchas civiles para que fuese carne de cañón. Otra vez volvieron a hablar de los primeros conquistadores.

Abu Hafáz, cargado de botín y con mayor número de naves y de gente que se le había allegado, aporta a Alejandría. Merced a las discordias civiles que allí hubo entonces, logra apoderarse de aquella ciudad magnífica y la conserva durante algún tiempo. El califa de Bagdad envía contra él un poderoso ejército.

Seamos, si es preciso, como aquellos mártires que desafiaban a los procónsules romanos, y ya sabéis que estos procónsules eran como ahora los gobernadores civiles. ¿Y hemos de ser soldados para servir de ornato y servidumbre a ministros impíos, para obedecer a sacrílegas Asambleas que decretan la asquerosa libertad de conciencia?

Los civiles sólo sirven para los cobardes. La sonrisa despectiva y el encogimiento de hombros con que le contestó Febrer devolvieron al muchacho su aspecto alegre. Ya me lo figuraba yo: eso no se usa en la isla. ¡Pero como usted es forastero!... Hace usted bien: cada hombre debe defenderse él mismo; para eso es hombre; y en caso apurado, buscar a los amigos.

Menéndez de la renovación social, del desenvolvimiento político, de la organización y pujanza, de los bríos que casi de repente se muestran en Aragón y en Castilla unidos, y del salto milagroso, porque, á mi ver es inexplicable, con que una nación, presa de las discordias civiles, rota y desbaratada, y al parecer, pobre y débil, se alza de súbito á ser la envidia y la admiración de los demás pueblos de Europa, amenazándolos con su hegemonía y haciendo que el sueño de una monarquía universal, en no remoto porvenir, no fuese completo delirio.

Independientemente de esto, yo me obstino en figurarme la prolija contienda de siete u ocho siglos como una obstinadísima guerra civil, dentro de la cual cabía y había otra multitud de guerras civiles, ya de moros, contra moros, ya de cristianos contra cristianos, ya de los de una religión contra los de la otra.

El maldito intruso! ¡Cómo había penetrado entre ellos, matando todo afecto, anulando con el poder frío de la muerte todo un pasado de cariño fraternal!... No habían reñido cuerpo á cuerpo como los hermanos en las guerras civiles: pero se habían herido en el alma, separándose para siempre, como bestias enfurecidas. Se acabó la familia: Aresti estaba solo en el mundo.

Habiéndose vuelto tan etéreo, habiendo sus admiradores hecho su apoteosis, ¿pisaban sus pies el polvo de la tierra cuando iba marchando en la procesión? Mientras las filas de los hombres de la milicia y de los magistrados civiles avanzaban, todas las miradas se dirigían al lugar en que marchaba el Sr. Dimmesdale.