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El gentío que allí concurría era tan considerable, que fué preciso arreglar el local, poniendo bancos ad hoc; después, á consecuencia de los altercados que este club tuvo con el Grande Oriente, se demarcaron las filiaciones políticas; los exaltados se encasillaron en la Fontana, y expulsaron á los que no lo eran.

Esta noche misma, ahora mismo. ¿Vas á perder la más importante sesión que se ha visto ni verá? ¿Pero cómo puedo ir esta noche? Si acabo de llegar. Tengo que ir á casa de mi tío. ¿Tienes aquí un tío? ¿Es liberal? Presumo que : no le conozco. ¿Y ahora vas allá? Naturalmente. ¡Qué disparate! Déjate ahora de tíos. Vente á la Fontana. Son las ocho: ya va á empezar. A la salida irás á tu casa.

La amazona cerró la puerta, y dentro continuó su perorata interrumpida. No queremos referir las muchas cosas buenas que dijo, mientras el muchacho se apoderaba otra vez del pecho, que tan bruscamente había perdido. Es casi seguro que manifestó deseos de tener delante al bárbaro Elio para clavarle sus tijeras en el corazón. Penetremos ahora en la Fontana. #El club patriótico#.

Este era Cabanillas, joven de educación y talento, á quien no se podía ver sin repugnancia alternando con hombres desalmados como Tres Pesetas, Chaleco y el Matutero, que hemos tenido el gusto de conocer al principio de esta puntual narración. Chico decía Núñez, ¿sabes que hemos reñido con los de la Fontana? El lance de la otra noche nos ha obligado á romper con esa canalla.

En diez minutos la Fontana se quedó sin gente, y el rumor exterior pasaba, se oía cada vez más lejano, porque andaba á buen paso la oleada de pueblo que lo producía. Todas las señales eran de que había comenzado una de aquellas asonadas tan frecuentes entonces.

Grupos de hombres armados, sin más guía que el indio mentiroso y fantaseador o el eco de una tradición confusa, iban de la Florida a la Patagonia, del Callao a la desembocadura del Orinoco, en busca del valle de Jauja, lugar paradisíaco de delicias y harturas, del Imperio de las Amazonas, de la «Ciudad de los Césares», áurea metrópoli que nadie vio jamás, o de la Fontana de Juventud, suprema esperanza de los conquistadores de barba canosa que sentían decaído su vigor.

Esto pasaba en una pequeña sala interior de la Fontana, donde el amo tenía algunos centenares de botellas vacías, y dos ó tres barriles, vacíos también, con gran sentimiento, de Curro Aldama. Cuando Lázaro concluyó su relato, se sintió el ruido de aplausos y las voces entusiastas que resonaban en el recinto del café. Hablaba con mucha elocuencia Alfonso Núñez.

El ruido de la Fontana resonaba como enjambre lejano: á los gritos se unían las palmadas, y una voz agitada y sonora se elevaba á ratos sobre aquella tempestad de entusiasmo. Lázaro vió en torno suyo á tres pilletes que le contemplaban con burla, y uno de ellos atisbaba una ocasión oportuna para quitarle el sombrero.

El fanático volvió pronto de su estupor, y después, dando poca importancia á aquel asunto, se dirigió á su sobrino y dijo: Vamos, Lázaro: esta noche se reúnen tus amigos en la Fontana. Hay gran sesión: no faltes. Yo no me opongo á que cada cual manifieste sus opiniones; tienes las tuyas: yo las respeto. que tienes talento y quiero que te conozcan. Ve á la Fontana, ve esta noche.

Pero no hagamos historia y sigamos nuestro cuento. ¿Y olvidaréis, señor, lo que me habéis prometido para mi sobrinillo? dijo Elías. ¡Ah!, yo quisiera que V.M. le conociera: es el botarate mayor que ha nacido. Anoche habló en La Fontana y les volvió locos. Le aplaudían con unas ganas ... Yo también le aplaudí. Con tres oradores así nos hubiéramos ahorrado mucho dinero. El pobre ha hecho bastante.