United States or Albania ? Vote for the TOP Country of the Week !


A poco rato de andar en él, descubrimos en el extremo del valle más arrimado a aquella estribación de la sierra y debajo de nosotros, una gran torre señorial con un grupo de edificios agregados a ella, a corta distancia de un pueblecillo agrupado en una frondosa rinconada del monte.

Cosas así pensaba, dando golpecitos con un cuchillo sobre una corteza de pan, mientras su madre narraba las cábalas de Glocester y las maquinaciones de los conjurados del Casino. En cuanto pudo el Magistral escapó de casa, prometiendo ir a sondear al Obispo. Tomó el camino de la Plaza Nueva. El caserón de la Rinconada le pareció envuelto en una aureola.

La frase era: ¿Vamos a la Rinconada? Mesía, callando, seguía a don Víctor. Una intuición singular le decía al ex-regente que pagaba bien al amigo su atención llevándoselo a casa. ¿Por qué don Álvaro había de tener gusto en seguirle? Si se lo hubieran preguntado a Quintanar, no hubiese podido responder.

En las noches de invierno, cuando Gallardo no estaba en La Rinconada, reuníanse una tertulia de amigos en el comedor de su casa luego de cenar. Llegaban de los primeros el talabartero y su mujer, que tenían siempre dos de sus hijos en casa del espada. Carmen, como si quisiera olvidar su esterilidad y la molestase el silencio de la gran casa, retenía junto a ella a los hijos menores de su cuñada.

La semana que viene hacemos la escritura. Gallardo quiso saber la situación y el nombre del cortijo. Se llama La Rinconada. Cumplíanse sus deseos.

Volvió otra vez el criado de gesto imponente a recibir al torero en la cancela, para decirle que la señora había salido, cuando él sabía ciertamente que estaba en casa. Gallardo la habló una tarde de una breve excursión que debía hacer a su cortijo de La Rinconada. Necesitaba ver unos olivares que su apoderado había comprado durante su ausencia, uniéndolos a la finca.

Salió del teatro, subió por la calle de Roma, atravesó la Plaza del Pan y entró en la del Águila. Al llegar a la Plaza Nueva se detuvo, miró desde lejos a la rinconada... no había nadie al balcón.... Ya lo suponía él. No siempre salen bien las corazonadas.

Sus cortijeros le habían dicho que mientras él estaba en peligro se presentó dos veces en La Rinconada para preguntar por su salud. Luego, viviendo en el cortijo con su familia, varias veces pastores y jornaleros le hablaron misteriosamente del Plumitas, que al encontrarlos en un camino y saber que eran de La Rinconada les daba memorias para el señor Juan. ¡Pobre hombre!

Era rico, pero si se retiraba, perdiendo con esto el soberbio ingreso de las corridas unos años doscientas mil pesetas, otros trescientas mil , tendría que circunscribirse, luego de pagar sus deudas, a vivir como un señor del campo, del cultivo de La Rinconada, haciendo economías y vigilando por mismo los trabajos, pues hasta entonces el cortijo, abandonado en manos mercenarias, apenas daba producto.

En vano, siempre que el tiempo lo permitía, montaba en su hermoso caballo blanco de pura raza española; pasaba y repasaba la Plaza Nueva, y algunas veces veía detrás de los cristales, en la Rinconada, a la de Quintanar, que le saludaba amable y tranquila; pero no era el caballo talismán como él había creído, porque la escena de la tarde aquélla no se repitió nunca. «, lo que yo temía, no fue más que un cuarto de hora que no pude aprovechar». Creía con fe inquebrantable que ya su único recurso sería la ocasión dificilísima, casi imposible, de un ataque brusco, bárbaro, coincidiendo con otro cuarto de hora.