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Era preciso ocultar esto a la vigilancia fiscal de D. Francisco que en todo se metía, que interpelaba hasta por un carrete de algodón no presupuesto en su plan de gastos. Rosalía se desvelaba pensando en los embustes que habían de servirle de descargo en caso de sorpresa. ¿Con qué patrañas explicaría el crecimiento grande de la riqueza y variedad de su guardarropa?

El viejo alzó la mano y descargó una tremenda bofetada, una bofetada de carpintero, en el rostro de su yerno.

No pecaban las dos Juanas por encogidas ni por medrosas; pero apenas pudieron resistir la muda y formidable tempestad que descargó sobre ellas. Aparentemente estaba más conmovida la madre. Juanita no mostró perder la serenidad y el reposo. Su orgullo y el convencimiento de que no había incurrido en grave falta la sostuvieron.

No; no, señor; pero el incógnito había tenido una disputa con un palafranero á propósito de su viejo caballo, había querido zurrarle, sobrevinieron el señor conde de Olivares y el señor duque de Uceda, y el desconocido se descargó diciendo que era sobrino del cocinero mayor de su majestad.

M. L'Ambert descargó con el pie un fuerte golpe sobre el suelo, avanzó decididamente hacia el doctor, y le dijo con una risita demasiado nerviosa para ser natural. ¡Vamos, doctor! tenéis, al parecer, ganas de broma. ¿Tengo cara, por ventura, de cobarde? Si lo fuese, no me hubiera puesto en el trance esta mañana de que me descompletasen mi pobre humanidad.

Levantando bien el palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase, con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe, que sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó. Como sintió que me había dado, según yo debía hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba él que se había llegado a y dándome grandes voces, llamándome, procuró recordarme.

Me tendió la mano diciéndome: »Vete, amigo mío, déjame sola. »Y me alejé, pues quería complacerla en todo; ni siquiera la tomé en mis brazos. »Un cuarto de hora después, la vi cruzar el patio. Yo la acechaba desde mi ventana, pero ella no volvió la cabeza. »Al día siguiente por la mañana... sabes, querido tío, cómo la encontré; y en aquel instante se descargó sobre un rayo.

Plutón avanzó rápidamente y quiso echar mano á la zagala; pero ésta, arrojándose atrás con igual presteza, alzó la pequeña hoz y la descargó con toda la fuerza de su brazo sobre la cabeza del traidor. Cayó al suelo. Demetria le vió inmóvil y creyó ver también la sangre que le cubría el rostro.

El general, lleno de ira, dio un paso hacia ella y se oyó al mismo tiempo un gemido sordo: era que Enrique, sintiéndose peor de su herida, se desmayaba, y hubiera caído sobre el pavimento si no lo hubiese yo sostenido en mis brazos. La cólera del general, cambiando súbitamente de dirección, descargó sobre su sobrino.

Hago presente á V. S. que por ellas derramó nuestro Redentor Jesucristo su preciosa sangre, y por ella y su divino respeto vuelvo á suplicar á V. S. en descargo de mi conciencia, y so pena del cargo que se nos ha de hacer en el tribunal de Dios nuestro señor, de tan irreparable pérdida, se sirva de suspender la guerra que se previene hasta dar parte al Rey nuestro señor, á cuyo supremo tribunal apelo en nombre de estos pobres desvalidos, protestando violencia y fuerza en cualquier disposición que sea en perjuicio de sus almas, pues lo que el Rey nuestro señor nos tiene mandado, es que se entreguen los pueblos con paz, y esto mismo me tiene ordenado mi R. P. General; y habiendo hasta el presente concurrido á esta debida obediencia y estando también prontos para continuarla hasta derramar nuestra sangre y perder la vida en prueba de nuestra lealtad, debo recordar á V. S. que el Rey nuestro señor no manda, ni podemos presumir mande concurramos á que con detrimento de la gloria de Dios y contra el católico y fidelísimo ánimo de ambas Coronas, se expongan al peligro de subersión 100.000 almas, cuya cristiandad es la más florida de las Indias, y por este único motivo, cuando en lo demás prontísimo para obedecer á V. S. con toda esta provincia en lo que no se opusiera al servicio de Dios nuestro señor.