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Así lo pensaba yo al verme cogido y sujeto en tierra y al oírles animarse con risas espantosas á tirar del rodillo para triturarme... No tenía más que dejarlos hacer y, según mis deseos, estaba libre de la vida... Pero no qué instinto de conservación me sublevó contra el acto feroz de aquellos hombres y en un instante, en lugar de sufrir mi último suplicio, me defendí energéticamente.

Entonces me defendí golpeándola el pecho, pegándola con la rodilla en el vientre, tratando de tirarla al suelo. Y así luchamos sordamente, sin un grito, respirando el odio y la muerte. Mis ojos se cegaron por una espesa niebla. La cogí por la garganta y apreté los dedos hasta hundírselos en la carne. De pronto aquella mujer cesó de luchar y cayó en la alfombra.

Si no la dije inmediatamente fue porque todavía no comprendía nada: no oía las preguntas que me hacían, contestaba a ellas mecánicamente, como en sueños. Pero después, cuando usted me arrojó a la cara la acusación, yo me sublevé. Todavía era esa mi condición. Mi pensamiento, mis sentimientos, obedecían ciegamente a esa clase de reacciones repentinas. Acusado por usted, me defendí.

Esa vez me defendí como estaba en mi derecho, porque fueron a prenderme de noche y en campo abierto: se me acercaron con armas, y, sin darme voz de preso, me amenazaron a gritos de un modo que daba miedo, que iban a arreglar mis cuentas, tratándome de matrero: y no era el jefe el que hablaba sino un cualquiera de entre ellos, y ése, me parece a no es modo de hacer arreglos, ni con el que es inocente, ni con el culpable menos. -Con semejantes noticias yo me puse muy contento y me presenté ande quiera como otros pueden hacerlo.

En ninguna parte se peleó donde no me hallase: defendí por mi persona y con pocos amigos el bestión de Gonzaga, abandonado de los que lo guardaban, dándole el asalto por un fuego que tomó un barril de pólvora: fuí allí herido en una mano é matáronme delante de los ojos al Capitán D. Hierónimo de Sande, mi sobrino, é otros amigos é muchas personas.

»No llevaba mucho tiempo en Petrel cuando fui elegido diputado provincial, y al poco tiempo individuo de la Comisión, y, por fin, vicepresidente de la Diputación. ¿Qué te diré de mi gestión en la Casa de la provincia? Defendí siempre los derechos e intereses provinciales de una manera que no está bien que yo lo diga.

Mientras estuve allí la defendí contra todos y la proporcioné algunas alegrías.... Ahora tal vez ha llorado un poco por mi causa; no acierto nunca a hacer las cosas con perfección; pero te aseguro, Salvador, que me he portado con ella todo lo mejor que he podido.... ¡como que estoy una barbaridad de contento y orgulloso!... Choca esos cinco, hombre....

La noche en que me irritaste con la furia de tus deseos, y yo me defendí estúpidamente, como si fueses un extraño, concentrando en tu persona el odio que me inspiran todos los hombres, esa noche lloré al verme sola en mi cama. Lloré pensando en que te había perdido para siempre, y al mismo tiempo me sentí satisfecha, porque así te librabas de mi influencia... Luego llegó Von Kramer.