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Al borde del camino levantábanse casas aisladas, ostentando en su puerta el tradicional branque, el ramo verde que indica la buena bebida del país. Eran los famosos chacolines con sus rótulos: «Se venden voladores», para que el estruendo fuese completo en días de romería.

Y volvió á sonreír con tristeza y escepticismo. Ferragut iba leyendo los rótulos de las trattorias á ambos lados del camino: El escollo de la sirena, La alegría de Partenope, El mazo de flores... Y mientras tanto, apretaba la mano de Freya, avanzando sus dedos por la parte interior de la muñeca, acariciando su piel, que se estremecía á cada nuevo rozamiento.

Exploraba el guía el matorral de cruces, deletreando nombres, permaneciendo indeciso ante los rótulos borrosos. René efectuaba el mismo trabajo por otro lado. Chichí avanzó sola, de tumba en tumba. El viento hacía revolotear sus velos negros. Los rizos se escapaban de su sombrero de luto cada vez que inclinaba la cabeza ante una inscripción, pugnando por descifrarla.

Mariano leyó, no sin trabajo, los rótulos que decían: «Desolación... Hacienda pública... Desfalcos... Muerte... Latrocinio...», y otras cosas extravagantes. Como ninguna distracción sacaba de ver letreros, empezó luego a revolver todo lo que su hermana tenía sobre la cómoda, y después lo que en el primer cajón había.

También he registrado hasta hace unos momentos el enorme navío que le trajo á nuestras costas. He examinado todo lo que hay en él; he traducido los rótulos de las grandes torres de hoja de lata cerradas por todos lados, que, según revela su etiqueta, guardan conservas animales y vegetales.

Al ver, pues, las miserables tiendas, las fachadas mezquinas y desconchadas, los letreros innobles, los rótulos de torcidas letras, los faroles de aceite amenazando caerse; al ver también que multitud de niños casi desnudos jugaban en el fango, amasándolo para hacer bolas y otros divertimientos; al oír el estrépito de machacar sartenes, los berridos de pregones ininteligibles, el pisar fatigoso de bestias tirando de carros atascados, y el susurro de los transeúntes, que al dar cada paso lo marcaban con una grosería, creyó por un momento que estaba en la caricatura de una ciudad hecha de cartón podrido.

Entre esas industrias hay una que tiene verdadera utilidad, pero que provoca la risa por su original extravagancia: la del hombre-aviso. Como Inglaterra es el país de los anuncios y los rótulos en supremo grado, no se considera bastante hacerlos circular en los diarios y en los cartulones de las esquinas, y así como hay individuos-escobas y de peor condicion aun, hay hombres-avisos.

Aquí se halla el visitante en presencia de los animales feroces, debidamente clasificados; mas allá admira los grandes rumiantes de primer órden; acá una familia, allí otra por grupos homogéneos, y en circos, chozas, jaulas y alojamientos especiales; de manera que, con el auxilio de los rótulos claros y precisos y del severo arreglo que preside á todo, se puede seguir un curso de zoología en todos sus ramos, superficial, es cierto, cuando no se tienen los conocimientos necesarios, pero bastante para darle á un observador que no conoce la ciencia una idea general de las formas, la manera de alimentacion, crecimiento, reproduccion, etc., de cada animal, y de las costumbres, necesidades y destino que, segun su clima, su talla, configuracion, piel y demas circunstancias, les ha asignado la previsora y admirable naturaleza á todas sus criaturas susceptibles de movimiento espontáneo.

Más allá, sobre el revoltijo de toldos, el tejado de cinc del mercadillo de las flores; a la derecha, las dos entradas de los pórticos del Mercado Nuevo, con las chatas columnas pintadas de amarillo rabioso; en el lado opuesto, la calle de las Mantas, como un portalón de galera antigua, empavesada con telas ondeantes y multicolores que las tiendas de ropas cuelgan como muestra de los altos balcones; en torno de la plaza, cortados por las bocacalles, grupos de estrechas fachadas, balcones aglomerados, paredes con rótulos, y en todos los pisos bajos, tiendas de comestibles, ropas, drogas y bebidas, luciendo en las puertas, como título del establecimiento, cuantos santos tiene la corte celestial y cuantos animales vulgares guarda la escala zoológica.

En tanto Rossini llenaba la casa de abanicos y panderetas, y Moreno escogía y pagaba, entreteniéndose luego en envolverlos en papeles y en ponerles rótulos con el nombre del destinatario.