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Yo voy a limitarme a referir una historia que Don Juan Fresco dice haber leído en ciertas inscripciones semejantes a las de la Cueva de los letreros. Entendidas las letras, parece que lo demás es llano, pues el idioma ibero primitivo es casi el vascuence de ahora. Me pesa de no dar aquí la traducción exacta del texto original. Don Juan Fresco no ha querido comunicármela.

D. Manuel Góngora y Martínez refiere en sus Antigüedades prehistóricas de Andalucía, que en varias cuevas llamadas de letreros, los hay al parecer ininteligibles y en abundancia. Ahora bien; yo tengo un amigo muy docto que trabaja con éxito en descifrar dichos letreros, eclipsando la gloriado Champollión.

Mariano leyó, no sin trabajo, los rótulos que decían: «Desolación... Hacienda pública... Desfalcos... Muerte... Latrocinio...», y otras cosas extravagantes. Como ninguna distracción sacaba de ver letreros, empezó luego a revolver todo lo que su hermana tenía sobre la cómoda, y después lo que en el primer cajón había.

Empotrados en ambas paredes laterales del presbiterio, hallábanse los nichos cubiertos con sendas placas de alabastro, grabados con largos epitafios; y más de una vez, desde que empecé a leer, me distraje durante la Misa o el Rosario, procurando descifrar aquellos letreros, para atravesados e inintelegibles.

A la otra parte la fábrica del gas... ¡oh prodigios de la industria!... Luego el cielo espléndido y aquellos lejos de Carabanchel, perdiéndose en la inmensidad, con remedos y aun con murmullos de Océano... ¡sublimidades de la Naturaleza!... Andando, andando, le entró de improviso un celo tan vehemente por la instrucción pública, que le faltó poco para caerse de espaldas ante los estólidos letreros que veía por todas partes.

No bastaba ser federal ni llevar la cinta, que era preciso además que ostentase el retrato del ilustre restaurador sobre el corazón, en señal de amor intenso, y los letreros mueran los salvajes inmundos unitarios . ¿Creeríase que con esto estaba terminada la obra de envilecer a un pueblo culto y hacerle renunciar a toda dignidad personal? ¡Ah!, todavía no estaba bien disciplinado.

Ahora mesmo, al pasar por el Muelle, he visto á la mi mujer vestida de comedianta, con un gorro á modo de pimiento, una casulluca con estrellas, y un pendón lleno de letreros, y más de un centenar de babiecas detrás de ella echando vivas yo no á qué. Eso es de todos los días, hijo; y no te pasmara si hubieras visto lo que yo voy viendo.

Aquí y allí, una chimenea, la fatigosa actividad de una fábrica, tráfico por todas partes, mercerías, bar-rooms, tiendas, la calle moderna, con sus enormes anuncios, sus letreros, sus reclamos, un inmenso cuadro de madera Take the Erye Railroad!, el hormiguero humano en el afán del lucro... ¡y el Niágara bramando a lo lejos!

Con estas malas impresiones subió Benina la escalera, tan descansada como lóbrega, con los peldaños en panza, las paredes desconchadas, sin que faltaran los letreros de carbón o lápiz garabateados junto a las puertas de cuarterones, por cuyo quicio inferior asomaba el pedazo de estera, ni los faroles sucios que de día semejaban urnas de santos.

La luz roja no venía, y míster Robert siguió su camino y fué a pararse delante de la Bolsa. ¡Cosa rara! míster Robert no bebía vino, y es probado, pero padecía de alucinaciones sin duda; y tal como aquella vez creyó ver las extravagancias, de que se ha hecho mención, ahora, al mirar el edificio con encono, observó, creyó observar, mejor dicho, se le figuró, se le antojó que veía, en la cornisa del frente, sobre la puerta principal, un gran caballo, de piedra o de lo que fuera, con un hombrazo encima, de casco y espada desenvainada, y la adarga caída entre las patas del animal... Y debajo había dos letreros, que era lástima no pudiera leer, como míster Robert, el desgraciado joven rubio, de ojos azules, que en aquel momento, tendido sobre sucias angarillas, atravesaba sin vida los umbrales de una casa de la calle Moreno.