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El portero estaba en la entrada, contemplando el mar, pero con los ojos vueltos indudablemente hacia ellos. Sigamos dijo Freya . Acompáñeme un poco; hablaremos, y luego me dejará usted... Tal vez nos separemos más amigos que antes. Anduvieron en silencio toda la vía Partenope, hasta llegar á los jardines de la ribera de Chiaia, perdiendo de vista el hotel.

No todos los días conseguía Ulises el placer de esta conversación que se desarrollaba invariablemente desde la vía Partenope al monumento de Virgilio. Las más de las mañanas aguardaba en vano frente á los puestos de los ostricarios, escuchando á los músicos que saludaban con sus romanzas y sus mandolinas las ventanas cerradas de los hoteles. Freya no aparecía.

Habían llegado al templete, cúpula sostenida por columnas blancas, con una verja en torno. El busto de Virgilio se alzaba en el centro: una cabeza enorme, de hermosura algo femenil. El poeta había muerto en Nápoles, «la dulce Partenope», á su regreso de Grecia, y su cadáver tal vez estaba hecho polvo en las entrañas de este jardín.

Este belitre iba á estorbar con su presencia el deseado encuentro; tal vez se mantenía á su lado por el deseo de ver y saber... Y aprovechando una de sus rápidas ausencias, Ulises se alejó por la larga vía Partenope, siguiendo la baranda que da sobre el mar, fingiendo interesarse por todo lo que encontraba, pero sin perder de vista la puerta del hotel.

Las cenizas de Titiro y Sincero Están en él, y puede ser por esto Nombrado entre los montes por primero. Luego se descubrió, donde echó el resto De su poder naturaleza amiga, De formar de otros muchos un compuesto. Vióse la pesadumbre sin fatiga De la bella Partenope, sentada A la orilla del mar, que sus pies liga.

De las faldas floriferas de Flora Quatro tabaques de purpureas rosas, Y seis de perlas de las que ella llora. Y de las nueve por estremo hermosas Las coronas pidió, y al darlas ellas En nada se mostraron perezosas. Tres, á mi parecer, de las mas bellas A Partenope que se enviaron, Y fue Mercurio el que partió con ellas.

Y volvió á sonreír con tristeza y escepticismo. Ferragut iba leyendo los rótulos de las trattorias á ambos lados del camino: El escollo de la sirena, La alegría de Partenope, El mazo de flores... Y mientras tanto, apretaba la mano de Freya, avanzando sus dedos por la parte interior de la muñeca, acariciando su piel, que se estremecía á cada nuevo rozamiento.