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La miramos con cara de muy inocentes y nunca llegará a sospechar nada. Oye; yo la miraré así, bien en los ojos; ¿se me conoce algo? Y siguió leyendo: "...me dominará la delicia de adorarlo. Tía lo ha invitado a pasar una temporada en la estancia, para el verano. El año pasado estuve allí.
Bástenos con aspirar a divertir o a conmover agradablemente, no a la humanidad toda sino a unos cuantos miles de individuos, que forman nuestro público y que tienen el bueno o el mal gusto de entretenerse leyendo las novelas y los cuentos que escribimos.
Con la imaginación se ven cosas que no se pueden ver con los ojos. Se hace uno de amigos leyendo aquellos libros viejos. Allí hay héroes, y santos, y enamorados, y poetas, y apóstoles.
Como se cree artista porque toca la guitarra, y además, figura entre los de la cáscara amarga y le tenía gran simpatía al padre, es el único de la ciudad que ha seguido leyendo en los papeles todas las idas y venidas de esa mujer. Dice que no canta con su apellido. Gasta otro nombre más sonoro y raro, un apellido extranjero.
Nadie se escapa sin pagar; pero ¡ay! hace tiempo que no celebro; tú me ves a mediodía, cuando se cierra la catedral, leyendo mis Horas apresuradamente por el claustro, pendiente del reloj para bajar así que abren de nuevo el templo y vienen los forasteros a ver el Tesoro.
Poco tiempo después de la escena arriba referida, aconteció que el Reverendo Sr. Dimmesdale, al mediodía, y enteramente de improviso, cayó en profundísimo sueño mientras, sentado en su sillón, estaba leyendo un volumen en folio que yacía abierto sobre la mesa.
Y a poco pasa un portero, y me dice con la mayor tranquilidad del mundo, que por la calle del Florín había tropa. «¿De veras? Visiones de usted. ¡Qué tropa ni qué niño muerto!». Yo me hacía de nuevas. Asomé la jeta por la puerta del reloj. «No me muevo de aquí pensé, mirando la mesa . Ahora veréis lo que es canela...». Estaban leyendo el resultado de la votación.
Volviendo, al fin, los ojos hacia don Sabas, de quien me había olvidado un buen rato, porque el mismo tiempo hacía que no se cuidaba él de mí, le hallé, por las trazas, leyendo el gran libro en la misma página que yo.
Fíjese en el respeto que infunden los «pingüinos» dijo Maltrana . Las coristas de opereta pasean cogidas del talle por casi toda la cubierta, riendo, empujándose, mirando a los hombres; pero al dar la vuelta a la parte de proa y llegar adonde estamos, encuentran a nuestras damas haciendo labores de gancho con una majestad de reinas, leyendo Fémina o conversando sobre los méritos y relaciones de sus respectivas familias, e inmediatamente retroceden cerrando el pico.
En este trage iba siguiendo la corriente del Eufrates, desesperado, y acusando en su corazon á la Providencia que no se cansaba de perseguirle. El ermitaño. Caminando, como hemos dicho, se encontró con un ermitaño cuya luenga barba descendia hasta el estómago. Llevaba este un libro que iba leyendo muy atentamente.