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Pues eso no es nada aún: el condenado se ha atrevido a subir a la torre del reloj, y mi cabrero lo ha visto perfectamente fumando su cigarro maldito, y poco después... ¡le ha oído acompañarse una canción blasfema con su guitarra maldita! Pero, los dignos padres, ¿cómo han sufrido semejante abominación? preguntó Flores con aire contrito.

Tan contento se puso el ciego con el plan concebido y propuesto por su inteligente amiga, y con sus afectuosas expresiones, que rompió a cantar la melopea arábiga que ya le oyó Benina en el vertedero; pero como al huir de la pedrea había perdido el guitarrillo, no pudo acompañarse del son de aquel tosco instrumento.

Cierto que había, desde un principio, ideado acompañarse del niño para dar más viso de verdad a su condición de casada; pero, a pesar de su travesura, jamás imaginó, ni entró en sus cálculos, excitar a Juan martirizándole con la creencia de que el chico pudiera ser suyo; y en aquel momento comprendió, por fortuna, que el recurso que a las manos se le venía era efímero y de muy peligroso aprovechamiento.

Para esto debió ser creado el hombre, no para acompañarse en los breves días de su existencia del trabajo abrumador, de la airada venganza, de la pálida envidia, de la tristeza roedora. La tradición del Paraíso, es la más lógica y venerable de las tradiciones humanas. El sol doraba ya solamente las cimas de los nogales que circundaban el prado, extendiendo desmesuradamente sus sombras.

En la puerta, las vendedoras de flores entorpecían el paso de la gente, y alargaban sus manos con puñados de rosas y otras florecillas, gritando: «Un ramito de olor...». «Cuatro cuartos de rosas». Isidora compró rosas para acompañarse de su delicado aroma por todo el camino que pensaba recorrer. Al punto empezó a ver escaparates, solicitada de tanto objeto bonito, rico, suntuoso.

De mucha gente hizo acompañarse, Que á fuerza de su grado le seguia, Apenas, como dicen, ha llegado, Y vése de prisiones rodeado. La causa no pensada cierto ha sido, Que no pudo hallarse fundamento, Sino solo sentir como ha venido De arriba del supremo firmamento.

Llevaba una varita en la mano para mostrar las figuras, y una pandereta para acompañarse cuando cantaba villancicos. Tenía dos o tres tonadillas monótonas y unos cuantos versos monorrimos. Entre las figuritas del nacimiento había una mujer desastrada, que sin duda era la bufona. Recuerdo la canción que le dirigía la Curriqui.

Después de pasar muchas horas sollozando y pidiendo fuerzas a Dios para soportar su desdicha, resolviose a implorar la caridad; pero todavía quiso el infeliz disfrazar la humillación, y decidió cantar por las calles de noche solamente. Poseía una voz regular, y conocía a la perfección el arte del canto; mas tropezó con la dificultad de no tener medio de acompañarse.

No le importaba entrar en una casa de mala fama ni acompañarse de cualquier mujer de dudosa conducta. Cruzaba sin reparo por medio del lodo, segura de no mancharse. Pues tal sencilla altivez, tal indiferencia por los halagos de los hombres, llamaron al cabo la atención del irresistible Velázquez y concluyeron por preocuparle.

Comienza, pues, Mendieta de cegarse, Vencido de zelillos y locura, De malos procurando acompañarse, Hallando en ellos corte á su hechura. No osaba de los buenos confiarse, Por ser de diferente compostura: A cuatro caballeros aprisiona, Y con mil vituperios los baldona.