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La inglesa, que llevaba ya en sus entrañas el fruto de aquella pasajera unión, rodó algún tiempo sin protección, sin recursos, por las calles de la ciudad, hasta que entró en relaciones con un carpintero del Grao que la recogió y llegó a hacerla su legítima esposa. Clementina se crió como intrusa en aquel nuevo hogar.

Ese nombre allí hubiera sido una palabra peregrina, intrusa, repugnante. ¿Qué sitio del cofre habia de ocupar? La palabra mundo, humanidad, género humano, no ocupaba en el cofre sitio alguno: la cáscara de huevo, ; esta cáscara valia más para la señora que el género humano, que el mundo, que toda abstraccion, que todo idealismo por más universal y grande que fuese.

Por lo que toca a misia Melchora, me conmueve su generosidad. «Los Chajales» constituyen un verdadero reino; pero yo sería allí una reina intrusa, puesto que no puedo dar, en cambio, mi corazón, que ya no me pertenece. No merece tampoco misia Melchora ser engañada. Yo no puedo entrar en aquella casa, llena de tradición caballeresca, de noble altivez, de epopeya histórica.

No nos conviene llamar la atención en este momento.... Ve , ve ... y que se largue pronto.... Clementina, sin pronunciar otra palabra, se alejó con paso rápido, el rostro pálido y contraído, los labios trémulos. Lanzóse en el torbellino de los salones y buscó ansiosamente a la intrusa. No tardó muchos minutos en hallarla ¡oh vergüenza! del brazo del marqués de Dávalos.

Doña Paca se apareció dando gruñidos y diciendo que la tos provenía de tanto hablar, contra lo que el médico ordenaba. «A usted no le ha de matar la enfermedad, sino la conversación... A ver si toma el jarabe y cierra el pico». Para atenuar el efecto de esa salida un tanto descortés, estando presente una visita, la señora aquella agració a la intrusa con una sonrisilla forzada. ¿Cuál de las dos daría al enfermo la cucharada de jarabe?

Las demás, repuestas de la sorpresa, siguieron hablando, como si nada hubiera pasado, no queriendo conceder á la intrusa ni el honor del silencio. Bajó Roseta á la fuente, y después de llenar el cántaro, sacó, al incorporarse, su cabeza por encima del muro, lanzando una mirada ansiosa por toda la vega. Mira, mira, que no vindrá . Mira, mira, que no vendrá.

Una intrusa jamás olvidada, la obsesionante compañera de un pacto adolescente, acude siempre a citas que no fueron para ella: Cordelia impalpable y silenciosa, estatua derribada en el jardín que heló y eternizó con labios de mármol perfecto, el primer beso. Es casi la tragedia de este libro.

Este mundo efímero, que sólo podía durar diez o doce días, ofrecería los mismos incidentes de un mundo que durase siglos. Los diez días iban a representar en la vida de muchos tanto como diez años. Alguien había saltado al buque en las últimas escalas. No era la esperanza sin cabeza y con alas la única intrusa.

No queriendo ser Obdulia inferior a su cuñada, ni aparecer en la casa con menos autoridad y mangoneo que la intrusa chulita, dijo a su madre que no podrían arreglarse decorosamente con una criada para todo, y pues Juliana impuso la cocinera, ella imponía la doncella... ¡así!

La Intrusa continuó el médico, es la Muerte, que entra en las casas sin que nadie la vea; pero todos sienten los efectos de su paso. Y Aresti relató la escena lúgubre de la familia reunida en torno de la mesa, en la penumbra, más allá del círculo de luz de una pantalla verde.