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La sangre de Julita corrió en abundancia; los gritos se oyeron en media legua a la redonda. Acudió la servidumbre, y el portero, y los vecinos, y los guardias municipales de la calle, y el médico de la casa de socorro, y la guardia del Principal, fuerza de artillería y carabineros, y lo que es aún más espantable que todo esto... acudió la brigadiera.

Y bien, no los cierre usted.... Ábralos, por el contrario, todo lo que pueda.... Quédese usted en París y á las horas de la distribución del correo esté siempre en casa del portero ...¿El señor Bobart le conoce á usted? No, señor. Tan pronto como tenga usted noticias que darnos, vuelve sin perder ni un segundo. El señor puede contar conmigo. Y salió.

¡Orden y conveniencia! gritó el portero . Si no, en nombre de Su Majestad les echo a todos a la calle. Aquí no hay ninguna Majestad dijo D. Paco. La Majestad son las Cortes, señor esparaván afirmó con enfado un galerio. Es de los que vienen a aplaudir cuando rebuzna Ostolaza dijo otro señalando a don Paco.

No he llamado... he repicado trescientas veces exclamó Jacobo con ira; y dominándose al punto, alargó a Damián la carta, diciendo sin mirarle: Esta carta a su destino... La llevas mismo al momento... Si no viviese allí ese... señor, que bien pudiera ser, preguntas al portero dónde se ha mudado y allí la llevas... ¿Te enteras?...

Portero no había; verdad es que tampoco había puertas, por ser la casa de estas malas de lugar que, o no las tienen, o las tienen que no cierran. Una mala mesa en medio, y un mal secretario, eran los muebles que componían todo el ajuar.

Los caseros de las cercanías llamábanla Gorriya, esto es, «la roja». Al hermano portero no le era, sin embargo, desconocida la dama, y saludóla también a su paso con mucha atención y deferencia. La beata, con redoblada curiosidad, tornó a preguntar asimismo el nombre de esta. La condesa de Albornoz replicó secamente el portero.

El portero, que estaba plantado en el umbral atusándose gravemente sus largas patillas, despojóse vivamente de la gorra, le hizo una profunda reverencia y corrió a abrir la puerta de cristales que daba acceso a la escalera, apretando en seguida el botón de un timbre eléctrico.

Cuando el general vio el nacimiento, faltó poco para que cogiese un rabel: si no lo hizo fue porque no quedara mal parado el principio de autoridad. A la tarde siguiente, Pepito salió de paseo con su madre. Cuando volvían oyó llorar en el patio a uno de los chicos del portero y preguntó la causa.

Llevaba toquilla de color corinto, que se quitaba al sentarse, y al punto se le armaba en la mesa una tertulia de hombres, compuesta de los siguientes personajes: un portero del Colegio de Sordo-Mudos, un empleado del Tribunal de Cuentas, un teniente viejo, de la clase de tropa, retirado del servicio, y dos individuos que tenían puesto de carne y frutas en la plaza de San Ildefonso.

En esto transponíamos las puertas del Casino, y yo observé que el portero era tuerto. «¡Qué coincidencia! exclamé . Este portero tuerto, aquí donde se juega tanto dinero... ¿Es que habrá todavía en San Sebastián una crónica por hacerPero Fernández Flórez ya había hablado también del portero tuerto...