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El jefe de los mecánicos de la flota aérea estaba allí con varios de sus ayudantes para abrir el cofre, cuyo cierre había estudiado durante toda la mañana. Colocaron los esclavos esta caja en el suelo verticalmente, mientras el ingeniero y sus acólitos empezaban á forcejear en la cerradura, sin resultado.

¿Quién va? dijo desde dentro una voz bien conocida. Velázquez puso los labios sobre la cerradura y respondió en voz de falsete: Abre. ¿Quién es? preguntó Soledad. Antonio. Aguarda un momentito. Oyó el majo, con el corazón palpitante, el rechinar de una cama y el ruido de unos pies que se ponen en el suelo. Al instante se abrió la puerta. Pasa dijo Soledad con voz apagada. Velázquez obedeció.

Había dentro un mecanismo ingenioso, formado por varios tubos de pistola en forma de abanico, que disparaban al meter la llave en la cerradura y abrir la tapa. Según me dijo Garmendia, unos años antes habían enviado una caja igual al general Eguía, y al abrirla se le destrozaron las manos.

¡Qué rey! ¡qué rey! dijo el bufón. Paréceme será bien que callemos hasta que nos veamos en seguro. Decís bien... nunca palacio ha sido tan orejas todo como ahora. Pero ya llegamos. Acababan de subir las escaleras, y el tío Manolillo había tomado por un callejón estrecho. Detúvose á cierta distancia del desemboque de las escaleras, y sonó una llave en una cerradura.

¡Y ella quiere verlo, quiere verlo! Su voluntad se irrita con los obstáculos; hace un gran esfuerzo. La barra cede y se desliza por la puerta... Pero Bettina se ha hecho en la mano un largo tajo que deja ver un pequeño hilo de sangre. Envuélvese la mano en el pañuelo, toma el gran paraguas, da vuelta la llave en la cerradura, y abre la puerta. ¡Al fin está afuera! El tiempo es horrible.

Al cabo de media hora el mozo de cuadra, que había presenciado el encierro, movido de compasión, acercose a la puerta y miró por el ojo de la cerradura. Nada pudo ver. Llamó muy quedo. Josefina. La chica no respondió. Llamó más fuerte. El mismo silencio. Asustado, gritó y golpeó en la puerta con todas sus fuerzas sin obtener contestación.

Al cabo de este tiempo percibió un rechinamiento, como el de una gran llave dentro de una inmensa cerradura; después el sonido de un barrote de hierro rebotando por un extremo sobre otro cuerpo menos duro; después el chirrido de unos goznes roñosos..., y, por último, vió la luz de un farol muy ahumado, a cuyos débiles resplandores pudo observar que se había abierto enfrente una portalada.

Había allí un mueble precioso, también de palo de rosa, con cerradura de plata, donde el tío Frasquito guardaba los papeles importantes; abrió un cajoncito y sacó un paquete de cartas.

Procuro, que si miran por el ojo de la cerradura de la otra puerta no vean luz bajo ésta. Es necesario que me crean dormido; necesitan pasar por delante de mi aposento y me temen. Pero se acercan. Callad y oíd.

La viuda salió de la pieza, pero permaneció en el corredor. Sus piernas se negaban a alejarse de un sitio en que sin duda iba a decidirse la suerte de su hija y a pronunciarse una sentencia irrevocable. Un ruido en la cerradura le hizo temer que la condesa fuera a sorprenderla.