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Pero las horas volaban, y era preciso decidirse. Cuando Andrés acabó de leer la carta, su único amparo al dejar su patria, y á vueltas de algunos halagüeños comentarios que se hicieron sobre aquélla, la pobre mujer, á quien ahogaba el llanto, mandó entrar en casa á su hijo para que su hermana le limpiara la ropa que llevaba puesta y se la guardara, mientras ella daba las últimas puntadas á una camisa.

Su vestidura estaba compuesta de túnica y velo, como la de todos los hombres que no eran esclavos. Gillespie pensó inmediatamente que tal vez era Ra-Ra ó Popito, aunque sin decidirse por ninguno de los dos, pues se sentía desorientado por la inversión de sus trajes.

De esta suerte cavilaba Poldy, forjando y desbaratando casos fantásticos. Era como el niño que se entretiene en levantar con esmero y conservando bien el equilibrio un alto y complicado castillo de naipes, y luego le derriba para divertirse y jugar levantando otros. En suma; Poldy no sabía a qué atenerse ni por qué decidirse.

Señor Laubepin, conque ha dejado usted la plaza de Petits Pères, esa querida plaza de Petits Pères. ¿Ha podido usted decidirse á ello? ¡No lo habría creído jamás!... Verdaderamente, señor marqués respondió el señor Laubepin, es una infidelidad que no corresponde á mi edad; pero cediendo el estudio, he debido ceder también la casa, atendiendo á que un escudo no puede mudarse como una muestra.

Ella miró el reloj: las tres. Había que decidirse. Hizo un gesto cruel y levantó los hombros. Luego fué hasta la puerta por donde había desaparecido su esposo: Quédate, Federico; no te ocupes de . Cree que si te dejo es únicamente por no molestar á nuestros amigos. ¡Ay, las exigencias sociales! ¡Qué tormento!...

Debía reflexionar, ver con claridad las cosas. ¡Qué disparate! ¡partir abandonando a su Rafael! Nunca: era imposible. Leonora sonreía con tristeza. Aguardaba aquellas protestas. También ella había sufrido mucho, mucho, antes de decidirse a adoptar tal resolución.

¿Y no demuestra también la fuerza de la misma pasión? , es cierto; pero para saber por que partido debía por fin decidirse, es preciso que yo le exhorte a usted a ser sincero: ¿qué fue lo que le pidió usted, y hasta qué punto llevó usted sus demandas? Antes de poder contestar, tuvo Vérod que oprimirse la frente con ambas manos.

Por fin, no pudiendo resistir a las monerías de su mujer, no tuvo más remedio que decidirse. Ya estaban las cabezas sobre las almohadas, cuando Santa Cruz echó perezoso de su boca estas palabras: «Pues te lo voy a decir; pero con la condición de que en tu vida más... en tu vida más me has de mentar ese nombre, ni has de hacer la menor alusión... ¿entiendes? Pues se llama...».

En su primera época de estudiante, casi niño, no fue Pepe de esos muchachos que se sientan lo más cerca posible del maestro, aprendiendo de memoria, como loros, cuanto se les manda, antes por obediencia y aplicación irreflexiva que por verdadero amor a estudios que aún no entienden; pero tenía inteligencia sobrada para comprender que había de llegar un día en que de todas aquellas asignaturas y materias, que juntas querían meterle por fuerza de golpe en la cabeza, tendría que fijarse en alguna, decidirse y estudiarla, confiando a la perseverancia en el trabajo su porvenir y el amparo de los suyos.

Una noche en que estaban aquellas señoras muy familiares, conversables y benignas con don Paco, se atrevió este a ofrecer algo que pensaba en ofrecer tiempo hacía, sin acabar de decidirse por temor de que no aceptasen su obsequio. Desechado el temor, dijo al cabo: De hoy en ocho días, el cuatro de agosto, habrá grandes fiestas en este pueblo.