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Después se acercó á la puerta y posando los labios sobre la cerradura preguntó en voz de falsete también: ¿Dónde están? Un hombre saltó la tapia de la huerta; le sentí caer sobre el montón de leña que hay allí arrimado. Me asomé y le vi acercarse á la casa y escalar la pared respondió D.ª Robustiana por el mismo procedimiento. ¿Despertaste á Regalado?

Por fortuna, no hay bien ni mal que cien años dure; alguno ha de hablar conmigo, que no han de tenerme emparedado, y entonces ya sabré yo lo que me pasa, más por lo que no me digan que por lo que me quieran decir. Interrumpió á Quevedo el ruido de una llave en una cerradura, sintió pasos y una voz desconocida que le dijo: Sígame vuesa merced, señor don Francisco de Quevedo y Villegas.

Soy yo, señor, soy yo dijo una voz de falsete al través de la cerradura. ¡Ah! eres , Robustiana. ¿Qué hay? ¡Señor, hay ladrones en casa! El capitán dió un salto mucho mayor y quedó de pie sobre el pavimento. Al fin había llegado el momento supremo; había sonado la hora del combate. Sin encender luz introdujo la mano por entre los colchones y sacó un enorme fusil de pistón.

Avanzaban por las naves cinco canónigos con sobrepellices de coro, cada uno con una llave en la mano. Eran los guardadores del Tesoro. Abría cada cual la cerradura confiada a su custodia, giraba pesadamente la puerta y quedaba abierta la capilla con sus antiguas riquezas.

Crea usted que con todo lo que le estimo y le considero, no llevaría mi abnegación hasta el punto de brindarle con prenda de tan alto valer, si fuera mía en el sentido que usted se había imaginado. Esto sin contar con que, aun sin ese soñado compromiso, sabe Dios lo que la huéspeda pensaría de estas cuentas, si nos estuviera escuchando por el ojo de esa cerradura.

«¡Vaya, que si yo me fiara de usted para guardar la casa!... A ver, atención... ¿No siente usted un ruidito como si alguien estuviera tentando la cerradura?... ¿Ve usted?, ahora empujan... ¿qué es esto?». Señorita... ¿sabe?, es el viento que rebulle en la escalera. No sea usted tan medrosica...

¡Qué angostos son a veces dijo don Juan los senderos que Dios nos deja para que caminemos hacia la dicha! Chico, parece que nos amamos por cerbatana. ¿Oyes bien? , pero tengo que pegar la oreja a la cerradura. ¡Alma mía! ¡Juan de mis ojos! ¡Monín!

Francisco Martínez Montiño, esto es, el cocinero de su majestad, nuestro protagonista, en una palabra, había vuelto de Navalcarnero al anochecer del día siguiente á la noche en que había ido á recibir un secreto de la boca de su hermano moribundo. Montiño se había traído consigo un cofre fuertemente cerrado y sellado, sobre cuya cerradura había un papel.

Era la Maksurah un lugar privilegiado, cerrado en contorno por una especie de cerca ó verja de madera, primorosamente labrada por ambas haces interior y esterior : estaba coronada esta preciosa cerradura de almenas, para que por su destino de cortar toda comunicacion entre el Califa y el pueblo imitase mas propiamente la forma de una muralla.

No había necesidad de mirarle dos veces para ver a qué religión pertenecía. Era de los que hacen del sábado su domingo. El afán del lucro brillaba en sus pequeños ojos y su nariz se asemejaba al pico de un ave de rapiña. Le Tas le rogó que pasase al hotel para forzar una cerradura, lo que Mantoux llevó a cabo como hombre experimentado.