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Por esta causa, monín, he estado un mes sin poderte cumplir mi palabra. Mi marido me acompañaba a todas partes, hasta a las tiendas, a pesar de que los maridos las aborrecen. El mayor regresó ya a América; pero mi querido esposo le había tomado el gusto a mi compañía y no había manera de librarse de él... LIONEL. ¡Ya lo he notado...! LINE. Parecía que lo hacía a propósito.

Sin vacilar dirigió sus pasos al altar mayor, diciendo por el camino: «Si no te voy a hacer mal ninguno, Diosecito mío; si voy a llevarte con tu mamá que está ahí fuera llorando por ti y esperando a que yo te saque... ¿Pero qué?... no quieres ir con tu mamaíta... Mira que te está esperando... tan guapetona, tan maja, con aquel manto todito lleno de estrellas y los pies encima del biricornio de la luna... Verás, verás, qué bien te saco yo, monín... Si te quiero mucho; ¿pero no me conoces?... Soy Mauricia la Dura, soy tu amiguita».

¿Qué aguinaldo quieres, monín?, le dijo pocos días antes de Navidad. Un nacimiento repuso el chico. Su abuelo fue con él a Santa Cruz, le dejó escoger cuanto quiso, pagó contento, quedó el niño gozoso, y dos criados trajeron a casa el peñasco lugar de la sagrada escena y la banasta llena de figuras de barro que habían de representarla.

¡Qué angostos son a veces dijo don Juan los senderos que Dios nos deja para que caminemos hacia la dicha! Chico, parece que nos amamos por cerbatana. ¿Oyes bien? , pero tengo que pegar la oreja a la cerradura. ¡Alma mía! ¡Juan de mis ojos! ¡Monín!

Magdalena sonriendo entre provocativa y burlona, al mismo tiempo que se prendía las últimas horquillas en el moño, volvió la cara hacia su amante, hizo un guiño muy expresivo y dijo: Hazte socio, monín. Oye ¿y cómo se llama esa hermandad? La hoja de parra. ¿Y para qué es?

No, monín, no; duerme. ¡Quero Ía! No grites... mira que va a venir el hombre feo. ¡Quero Ía! ¡No grites, chiquillo!... Pronto vendrá María... Mañana te mando a dormir con las niñas. ¡Quero Ía!

De pronto, ella, casi gritando, dijo: ¡Ten cuidado, monín! Hasta entonces no había notado don Juan que a pocos pasos delante de la dama marchaba un pequeñuelo, de dos años a lo más, y una muchacha vestida a lo niñera, cuyas ropas mostraban estar sirviendo en casa rica.