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Actualizado: 12 de noviembre de 2025


Al cuarto día de no vernos, el sereno de mi calle, que naturalmente le conocía, le abrió la puerta de abajo. Eran las doce y media de la noche; subió, y llamó, porque yo había mandado cambiar la cerradura de la puerta de la escalera, de la cual tenía él antes una llave...

Tuvieron que golpear con fuerza antes de que Silas los oyera; sin embargo, cuando se asomó a la puerta no demostró ninguna impaciencia como hubiera hecho antes al recibir una visita que no era ni esperada ni solicitada. Antes su corazón era como un cofrecillo cerrado con llave y que contenía un tesoro; pero ahora el cofrecillo estaba vacío, y la cerradura rota.

¡! respondía el otro, mirando a Pomerantzev con sus grandes ojos tristes y extrañamente profundos. ¿No abren? No respondía el enfermo. Su voz era débil, suave, como un eco, y tan extrañamente profunda como sus ojos. ¡Déjeme usted, voy a abrir! decía Pomerantzev. Y empezaba a empujar la puerta, a forzar la cerradura; pero la puerta no cedía.

Aquellas señoras tardaban mucho más de lo que había contado. Dejó el libro, se levantó, y como no había nadie en la sala, se puso a dar vivos paseos sin perder de vista el pestillo, cuyo movimiento esperaba. Al cabo de media hora sonó por fin la malhadada cerradura; pero aún en la puerta se estuvieron las señoras largo rato despidiéndose.

Volvió á llamar y sucedió el mismo silencio. Entonces vió lo que en su apresuramiento, en la turbación, no había visto. Un papel pegado sobre la cerradura, en que se leía en letras gordas, lo siguiente: NADIE ABRA ESTA PUERTA, DE ORDEN DEL REY NUESTRO SE

Su gente es mucha, mas su fuerza es poca, Desnuda, mal armada, que no tiene En su defensa fuerte, muro ó roca. Cada uno mira si tu armada viene, Para dar á los pies el cargo y cura De conservar la vida que sostiene. De la esquiva prisión amarga y dura, Adonde mueren quince mil cristianos, Tienes la llave de su cerradura.

La mestiza era demasiado bien criada para abrir una puerta sin permiso; pero antes de solicitarlo, creía oportuno siempre mirar un poco por el ojo de la cerradura. Cuando asomó al fin la cabeza entre las dos hojas de madera, dijo bajando sus ojos maliciosos: Mi antiguo patrón don Pirovani quiere ver á la señora. Parece que trae prisa.

Puso el oído á la puertecita, permaneciendo en esta posición largo rato. Luego sacó la llave, la metió con suavidad en la cerradura y abrió lentamente procurando no hacer ruido. Avanzó después por una pequeña antesala, buscando á tientas en la pared otra puerta, hasta que dió con ella y se detuvo. Llamó quedo con los nudillos. Nadie contestó. Tornó á llamar más fuerte.

Iba tan preocupado con el cuento que le repetía diariamente Lita de su hada madrina, pensando si se le habría realmente aparecido durante la noche, que no se fijaba donde ponía el pie... Al ir a meter la llave en la cerradura de la puerta, pisó una cosa blanda... se agachó a ver lo que era, y lanzó un berrido estridente... ¡Ahí estaba Lita, en su camisita de dormir, que mostraba horriblemente la miseria de su deformidad! ¡Ahí estaba Lita, yerta, blanca, verdosa, helada!

Y llegó al lugar donde estaba el bufón y le registró. Quitóle unos papeles que encontró bajo su ropilla y una llave. El bufón no se movía. Quevedo guardó los papeles, se alzó, se volvió á la puerta que estaba tras él, puso la llave en la cerradura y dijo al padre Aliaga que le había seguido: Entremos, fray Luis, entremos.

Palabra del Dia

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