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Cuando Amaury pasó junto al doctor, éste le dijo en voz baja: ¡Ten prudencia! Pierda usted cuidado repuso Leoville; daremos muy pocas vueltas. Y se lanzaron en medio del torbellino, perdiéndose muy pronto entre las otras parejas. Bailaban un vals de Weber cuyo compás, que al principio era lento y moderado, se animaba gradualmente hasta el final, en que terminaba de un modo vertiginoso.

Temió haberle involuntariamente herido al hablar de la vejez con excesivo desdén y, para destruir el efecto de su aturdimiento, redobló todavía su natural amabilidad. Si quiere dijo Camila, daremos un paseo por el parque y le acompañaré hasta una puertecilla que da al campo y que no alargará mucho su camino... Deme usted el brazo.

También daremos artículos, y en abundancia: buscaremos primero quien lo entienda y quien sepa hablar de la materia; por lo demás, saldremos del paso, si no bien, mal; nunca serán los artículos tan pesados como el asunto. De interior. Hasta los codos.

Haremos una revolución, destronaremos a Alberto, y le daremos á usted la corona de Mónaco. Puede casarse, si le place, con la hija de un emperador: el dinero lo arregla todo. Nosotros lo tenemos, usted lo tiene... ¡He dicho que no! Lo que yo deseo es entrar en el Casino para hacerlo quebrar y llevarme las llaves. Esta amenaza le arrancó la suprema concesión.

Le da porque todas nos parecemos a... no quién... a los emperadores de Francia... En fin, dejarlo. ¿Estoy en el palacio de la plaza del Ángel? dijo Ponte examinando la mísera alcoba con extraviados ojos. , señor... Arrópese ahora; estese quietecito para que coja el sueño. Luego le daremos buen caldo... y a vivir».

Las daremos dentro de quince días en la fiesta de los tiradores. ¿De veras? pregunta ella con los ojos brillantes. Martín es uno de los jefes de la corporación de los tiradores; necesariamente ha de ir allá. Gertrudis lanza un grito de alegría; después, de repente, exclama: Pero no tengo zapatos de baile. Mándalos hacer. ¡Ah! ¡Son tan pesados los que hace el zapatero de la aldea!

Daremos, pues, á conocer estos poetas dramáticos españoles más famosos, y comenzaremos por aquéllos que llegaron á la cúspide de su arte, en el tiempo en que vivía Lope de Vega. Diego Jiménez de Enciso. Juan Pérez de Montalván. Diego Jiménez de Enciso, poeta, que no se debe confundir con Bartolomé de Enciso, algo posterior, era natural de Sevilla.

En escoger entre todos los sujetos que habían de dar principio á aquella Misión, tuvo el buen Provincial no poco que hacer para aquietar los deseos, súplicas y lágrimas de tantos como se le ofrecieron á esta ardua empresa; pero no había quien con más ardor lo desease, ni á quien con más razón se debiese hacer esta gracia, como el V. P. Joseph de Arce, natural de las islas Canarias, hombre de gran corazón y de igual celo, premiado de Nuestro Señor con una muerte gloriosa, de que daremos noticia adelante.

Contemporáneos de Antonio Pérez impuestos en sus más secretos manejos, familiarizados con su conversación y confidencia, enemigos declarados de España y de su Rey, le juzgaron de otro modo. ¿Daremos crédito, con preferencia á las declaraciones de los antiguos, á la crítica más ilustrada de los modernos, ó habrá todavía que dejar la decisión á tribunal de Más Señores? Manos á la obra.

Verán ustedes cómo no se pasan muchas horas sin que reciban una carta pidiendo dinero por el niño decía. Le daremos todo lo que poseemos, y si no es bastante no faltará quien nos lo preste. Nada de eso. No hay necesidad. Como ustedes sigan mis instrucciones, yo me comprometo a rescatarlo y a echar mano a los bandidos. ¿Para qué?