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El señor Fermín salió apresuradamente de la capilla e hizo arrastrar hasta la puerta varios serones que el día anterior habían traído de Jerez. Estaban llenos de cirios, y el capataz fue distribuyéndolos entre los viñadores. Bajo la luz esplendorosa del sol comenzaron a brillar, como pinceladas rojas y opacas, las llamas de la cera.

El colorido de los semblantes, el de las ropas y el de la decoración se armonizaba y fundía en un tono general de madera y tierra, tono a la vez crudo y apagado, combinación del castaño mate de la hoja, del amarillo sucio de la vena, del dudoso matiz de los serones de esparto, de la problemática blancura de las enyesadas paredes, y de los tintes sordos, mortecinos al par que discordantes, de los pañuelos de cotonía, las sayas de percal, los casacos de paño, los mantones de lana y los paraguas de algodón.

En el abrevadero cercano al fielato, varias carretas cargadas de troncos aguardaban la llegada del día para entrar en la población. Los boyeros, envueltos en sus mantas, dormían bajo aquéllas, y los bueyes, desuncidos, con el vientre en el suelo y las patas encogidas, rumiaban ante los serones de pasto seco. Comenzó a despertar la vida en los Cuatro Caminos.

Y no se engañaba en esto tampoco el cojo soldado, pues saltando quien cabalgaba en el rucio, así le decía, entregándole algo de vianda y algunos otros regalillos, que para entretenimiento de los dientes le sacó de los serones que adornaban al rucio; regalillos que bien pudieran despertar el paladar de un penitente, no que de hombre tan apetitoso como el soldado.

Penetrantes efluvios de nicotina subían de los serones llenos de seca y prensada hoja. Las manos se movían a impulsos de la necesidad, liando tagarninas; pero los cerebros rehuían el trabajo, abrumador del pensamiento; a veces una cabeza caía inerte sobre la tabla de liar, y una mujer, rendida de calor, se quedaba sepultada en sueño profundo.

Una de ellas dijo Severiana , es Pepa la Lagarta... mujer de historia, ¿sabe?... la que dicen mató a su marido con una aguja de coser serones... muy amigota de Mauricia, a quien debe quinientos reales... Y no se los puede sacar... ¿Pero creen ustedes que no tiene dinero?

Hacia la calle de Alcalá se oía el cascabeleo de los ómnibus que iban al apartado de los toros, y andando despacito por el paseo, inundado de sol, venía el borriquillo con sus serones llenos de macetas, escuchándose gritar de rato en rato al mocetón que lo guiaba: el tieestóo de claaveles doobles... Quien se acercase a los corros podía oír fragmentos de conversaciones y notar, tal vez, que algunos de los que hasta allí acompañaron a su mujer o su hija defendían las ideas del siglo con palabras impregnadas de impiedad moderna.

Las paletas, envueltas en un mantón, con el pañuelo fuertemente anudado a las sienes, volvían a cargar sus mercancías en los serones, y apoyando el barroso zapato en la báscula, saltaban ágiles sobre su asno, azuzándolo al trote hacia Madrid, para vender sus huevos y verduras en las calles inmediatas a los mercados. La invasión de los traperos hacíase más densa al avanzar el día.

Marchando junto á sus carros cargados de estiércol ó montados en sus borricos sobre los serones vacíos, encontró en el hondo camino de Alboraya á muchos de los que habían presenciado el juicio. Eran gentes enemigas, vecinos á los que no saludaba nunca.

Sus ligeros carros en forma de cajón eran de un azul rabioso, con un óvalo encarnado en el que se consignaba el nombre del dueño. Venían de Bellasvistas y de Tetuán, de los barrios llamados de la Almenara, de Frajana y las Carolinas. Los más pobres no tenían carro, y marchaban a lomos de un borriquillo, con las piernas ocultas en los serones destinados a la basura.