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Primero era preciso extender con sumo cuidado, encima de la tabla de liar, la envoltura exterior, la epidermis del cigarro, y cortarla con el cuchillo trazando una curva de quince milímetros de inclinación sobre el centro de la hoja para que ciñese exactamente el cigarro; y esta capa requería una hoja seca, ancha y fina, de lo más selecto: así como la dermis del cigarro, el capillo, ya la admitía de inferior calidad, lo propio que la tripa o cañizo.

Bien podía ver aquel matón que venía a buscarlo en la soledad del monte, en su propia vivienda; bien podía convencerse de que no le tenía miedo. Y para demostrar mejor su serenidad, sacó la petaca de la faja y se puso a liar un cigarro. El martillo había vuelto a reanudar su tintineo sobre el metal.

Penetrantes efluvios de nicotina subían de los serones llenos de seca y prensada hoja. Las manos se movían a impulsos de la necesidad, liando tagarninas; pero los cerebros rehuían el trabajo, abrumador del pensamiento; a veces una cabeza caía inerte sobre la tabla de liar, y una mujer, rendida de calor, se quedaba sepultada en sueño profundo.

Ya lo decía su abuelo, que era persona de mucho saber: ¿Para quién se han hecho las cadenas? Para los hombres. ¿Pagas? Eres buena persona. ¿No pagas? Eres un pillo.» Y después de este curso breve de filosofía rústica, apelaba al segundo argumento, que era sacar de su faja una tagarnina de tabaco negro, con una navaja enorme, y comenzaba á picarla para liar un cigarrillo.

Fui a la escuela, y decía el maestro que no había otra como yo. Le leo todos los días La Soberanía Nacional al barbero de enfrente. Pusiste una pica en Flandes. ¿No sabes más? Liar puros. ¡Hola! ¿Eres cigarrera? Fue mi madre. Y , ¿por qué no? No tengo quien me meta en la Fábrica.... Hacen falta empeños. Pues mira este señor puede recomendarte casualmente.... Oiga usted.

Los perros de caza, despeados y anhelantes de fatiga, se habían sentado al pie del crucero; el abad picaba con la uña una tagarnina para liar un pitillo, cuyo papel sostenía adherido por una punta al borde de los labios; Primitivo, descansando la culata de la escopeta en el suelo, y en el cañón de la escopeta la barba, clavaba sus ojuelos negros en el recién venido, con pertinacia escrutadora.

Y, habiéndose ofrecido don Antonio de hacer lo que más le mandase, se despidió dél; y, hecho liar sus armas sobre un macho, luego al mismo punto, sobre el caballo con que entró en la batalla, se salió de la ciudad aquel mismo día y se volvió a su patria, sin sucederle cosa que obligue a contarla en esta verdadera historia.

Aquí, la maestra del partido, mujer alta y morena, de pocas y dificultosas palabras, que solía oír a las operarias con seria indiferencia, intervino. A tratar cada uno de lo que importa... y a liar cigarritos.... No decimos cosa mala... alegó Amparo.

No se sabía ciertamente cuál de las amigas despachaba más: en cambio, a su lado, encaramada sobre un almohadón, había una aprendiza, niña de ocho años, que con sus deditos amorcillados y torpes apenas lograba en una hora liar media docena de papeles.

Algunas veces también nos gusta... Cuando tropiezan una moza guapa y rica. ¡Ya!... Aquí viene usted equivocado... Ni lo uno ni lo otro... Aquí no podemos ofrecerle más que miseria y compañía... Vaya concluyó, echándose a la espalda el haz que acababa de liar, hasta luego, que me voy... Rosa, a ver si te das arte para atrapar a este señorito... Quede con Dios, D. Andrés...