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Resignada y triste se pasea con Margarita por un campo solitario, entre flores silvestres. Acércase á ella Wolsey, fugitivo, sediento y muerto de hambre, y le pide una limosna. La Reina se había tapado el rostro para no avergonzarlo, y le entrega sus últimas joyas; entonces se descubre á sus ruegos, y él, desesperado, le da las gracias.

Yo hice seña a Elena de que se acercase. Esta mujer se está muriendo le dije muy bajo. Elena me miró con espanto y palideció. Todavía no, ¿verdad? Todavía no... Y su voz me suplicaba como si hubiera dependido de el prolongar aquella vida expirante. Estoy seguro de que le quedan pocos instantes de vida. Si quiere usted evitar el cruel espectáculo de su agonía, no se esté usted aquí.

Don Tello se retira lleno de horror y de vergüenza. Acércase á él Don Gutierre, consejero del Rey, acompañado de Leonor y de Doña María, exhortándole á replicar á las acusaciones que formulan contra él.

Tuve tentaciones de escaparme de la casa; pero me pareció, al instante, necio y descortés. Isabel se había portado muy delicadamente conmigo, y parecía interesada sinceramente en mi empresa. Al cabo de diez minutos se presentó de nuevo sonriente, haciendo un signo con la mano para que me acercase.

Temo mucho haber pecado desde que me confesó esta mañana y le agradeceré a usted que antes de recibir el cuerpo del Señor, se digne permitirme que le manifieste mis dudas. Se apartaron Amaury y el doctor para dejar que el párroco se acercase a la enferma, la cual en voz muy baja y mirando alternativamente a su prima y a Amaury, le dijo algunas palabras.

La vejez lo ha herido irremediablemente, gracias a la citación del juez. Después de un calvario de indagaciones, llega ante el umbral del Torquemada; llama a la puerta; acércase un escribano polvoriento; el paciente muestra su citación; es introducido en este despacho.

Hizo seña a Fernando de que se acercase, y éste se apresuró a seguir la dirección que indicole Isabel, logrando alcanzar en un instante al anciano, a quien hizo entrar en el aposento de Juanita, aunque a pesar suyo. ¡Es usted, Gerardo! exclamó Juanita; ¡y huía! ¡El lo quería así dijo el anciano temblando; él lo quería!

El P. Florentino no tuvo más remedio que aceptar y mandó llamar á su sobrino para enterarle de lo que sucedía y recomendarle no se acercase á la cámara mientras estuviese allí. Si te ve el Capitan, te va á invitar y abusaríamos de su bondad. ¡Cosas de mi tío! pensaba Isagani; todo es para que no tenga motivos de hablar con doña Victorina.

El doctor Ustariz, que se hallaba como invitado entre los presentes, le prodigó sus cuidados. Sin embargo, pocos minutos después le repitió el vómito. El doctor se apresuró a hacer salir del cuarto a todo el mundo, haciendo seña a monseñor Isbert para que se acercase. El sacerdote le dio la absolución de sus pecados sin oírlos, porque el pobre Gonzalito no volvió a pronunciar otra palabra.

Al cabo, Villar se arrojó a levantarlo para herir en la cabeza a su adversario... Pero ¡ca! don Rosendo dió un salto tan prodigioso hacia atrás, que los testigos se miraron unos a otros llenos de asombro. Villar, pasmado también, esperó a que su contrario se acercase de nuevo. Volvieron al lúgubre tic tac.