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Wolsey lo recibe rodeado de muchos soldados miserables y estropeados, que le presentan memoriales; recházalos á todos, quedándose solo con la nueva reina Ana, y le suplica entonces que lo apoye en su pretensión de ocupar la presidencia del Gobierno, pero ha confiado ya este cargo á su padre sin saberlo el Cardenal.

Ana, sola con su padre, oye de sus labios consejos sensatos para que arregle á ellos su conducta; pero le contesta con frialdad y menosprecio, porque se avergüenza de su nacimiento. Carlos con Ana. Júranse muchas veces perpetuo amor, y los dos se dan las manos como para un casamiento secreto. Por una parte, llegan el rey Enrique con Wolsey, y por otra, Catalina con su séquito.

Laméntase luego del orgullo insolente y de las ofensas que le ha hecho el cardenal Wolsey, y pide, adulándolo, venganza. Falta, pues, al juramento que antes hizo á su protector, como había faltado también al de amor eterno que hizo á Carlos.

Oyense á lo lejos los pasos del cardenal Wolsey; desaparece la visión y Enrique despierta, guardando en su pecho la afición hacia el sér seductor, que ha desaparecido. Acércase á él Wolsey, trayendo una carta del papa León X, y un libro nuevo de Lutero.

Irritada la Reina, le dice que lo conoce bien y que le consta cuán grande es el orgullo de su alma bajo la hipócrita máscara de la humildad. Wolsey, descubierto, jura tomar una enérgica venganza de esta afrenta; además, un astrólogo, maestro suyo, le ha profetizado que una mujer será causa de su desgracia: ¿quién podrá serlo sino Catalina?

Ana dirige cumplidos lisonjeros á la Princesa, y maldice para su posición inferior, que la obliga á arrodillarse. Catalina le manda levantar, porque tales testimonios de respeto corresponden sólo á Dios; después la misma Reina intenta ver á su esposo, pero Wolsey, ante la puerta del gabinete, se lo niega.

Wolsey se venga entonces de las humillaciones que ha sufrido antes de su Reina, arrancando con sarcasmos á la princesa María de los brazos de su madre; la Reina se dirige entonces á Ana, pidiéndole su intercesión: pero ésta se vuelve y la deja con mal disimulada alegría, y sólo Margarita no abandona á la desgraciada. Acto tercero.

La desdichada Ana Bolena, madre de Isabel, es representada como una mujer voluptuosa y llena de vicios, y á su lado, con colores tan odiosos, el arrogante cardenal Wolsey. El carácter del Rey, tan débil como vano, está pintado magistralmente, notándose en él cierta buena semilla, que vive siempre, pero que no llega á germinar nunca.

Wolsey se engaña al interpretar falsamente aquella profecía que se le había hecho de que una mujer sería la causa de su ruína, creyendo que esta mujer era Catalina; él mismo ha dado fuerza y valor á su enemiga. Enrique lo despide ignominiosamente de la corte, y confisca sus bienes y tesoro en beneficio de los soldados, á quienes trató tan mal. Posesión campestre de la reina divorciada Catalina.

Se opone en apariencia, pero su voluntad, ya sin energía, aprueba el propósito. El Cardenal convoca precipitadamente al Consejo de Estado á solemne sesión parlamentaria. Sesión del Parlamento. Enrique aparece en el trono con Catalina, llevando corona y cetro; siéntase junto á la Reina la princesa María, y Wolsey está de pie detrás del Rey.