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Adiós, señor, la desdichada á quien conocéis y que no os maldice, porque no sabe maldecir; que no os odia, porque no sabe odiarDespués de escrita esta carta, la duquesa la guardó cuidadosamente, envolvió cada suerte de letras de las que había cortado en su papel correspondiente y las guardó, cerró asimismo el libro de devociones, y se acostó.

Los mismos que aprobaban sus planes, permanecieron silenciosos, como si les repugnase incluir al revolucionario en la pródiga distribución de tiros. Era un loco que imponía admiración, un santo que no creía en Dios; y aquellos señores de la tierra sentían por él un respeto igual al del moro ante el santón demente que le maldice y le amenaza con su palo.

La estenuacion y el desaliento estaban pintados en el semblante, la desesperacion, la ira, algo indefinible, mirada de moribundo que maldice, de hombre que reniega de la vida, de mismo, que blasfema contra Dios... Los más resistentes bajaban la cabeza, frotaban la cara contra las sucias espaldas del que va delante para enjugarse el sudor que les cegaba; muchos cojeaban.

Sólo cambiaban el exterior y el nombre de las cosas. La humanidad contemplaba a la luz cenicienta de una religión que maldice la vida, lo que antes había visto en la inocencia de la infancia. El esclavo redimido por Cristo era ahora el asalariado moderno, con su derecho a morir de hambre, sin el pan y el cántaro de agua que su antecesor encontraba en el ergástula.

Mirbeau siente odio hacia aquella quietud que encorvó la espalda de sus predecesores y su verbo, á ratos impetuoso y flamante como el de Hugo, excita á los vastos combates, desdeña á los hipócritas, maldice de los rutinarismos sociales y descubre á los vencidos y á los débiles el fuego santo de las rebeliones.

Ana dirige cumplidos lisonjeros á la Princesa, y maldice para su posición inferior, que la obliga á arrodillarse. Catalina le manda levantar, porque tales testimonios de respeto corresponden sólo á Dios; después la misma Reina intenta ver á su esposo, pero Wolsey, ante la puerta del gabinete, se lo niega.

Es aquella una hora de cita que, sin saberlo ellos mismos, se dan los vetustenses para satisfacer la necesidad de verse y codearse, y oír ruido humano. Es de notar que los vetustenses se aman y se aborrecen; se necesitan y se desprecian. Uno por uno el vetustense maldice de sus conciudadanos, pero defiende el carácter del pueblo en masa, y si le sacan de allí suspira por volver.

Pues a me hace llorar de risa verme lanzando excomuniones como el Papa. ¡Deje paso, señor! A un hijo tan bandido como no se le maldice, se le abre la cabeza. Yo no soy su hijo, Don Juan Manuel. El Caballero aferra con una mano las riendas, mientras con la otra enarbola el bastón.

El mundo injusto y cruel como siempre condena a aquella pobre mujer, la persigue y la maldice. Sin embargo apuntó la condesa que presumía de dialéctica sutil , la responsabilidad que el mundo exige a la mujer no se funda precisamente en la conciencia o inconsciencia de su capricho, sino en las consecuencias que consigo arrastra.

Dios mismo, al dolor tirano, doblegados nos dejó, que la maldicion oyó y no se maldice en vano. De temor estoy ajeno, dijo Ataide ya impaciente aquel que maldice al bueno el daño siente en su seno. ¡Oh, ! ¡la fiera serpiente da á sus hijos su veneno! ¡Hijo soy yo de un maldito!