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Pues a me hace llorar de risa verme lanzando excomuniones como el Papa. ¡Deje paso, señor! A un hijo tan bandido como no se le maldice, se le abre la cabeza. Yo no soy su hijo, Don Juan Manuel. El Caballero aferra con una mano las riendas, mientras con la otra enarbola el bastón.

Todo hombre que desciende mucho en la escala social, se aferra a la débil creencia de que su suerte cambiará, y que, debido a algún capricho de la fortuna, volverá sonriente a subir a su antiguo nivel. La esperanza jamás muere dentro del pecho del hombre arruinado.

El instinto de un vil animalejo, Eyra ha por nombre, me ha admirado; De suerte es y de forma de un conejo, Mas mata, como vemos, un venado. Salta y aferra firme en el pellejo, Y en el seseso fiero bocado, Haciendo con las uñas tal camino, Que saca al animal el intestino.

Sólo en aquel momento pude comprender la verdad profunda del poema de Byron; el cazador que detiene a Manfredo cuando tiene ya un pie en el vacío, es el instinto miserable del cuerpo, es la debilidad ingénita de nuestra naturaleza, que nos aferra al lodo de la tierra en el instante en que el alma, bajo una inspección alta y vigorosa, quiere mostrar que en vano pretende una patria celeste...

La energía indomable del doctor Vargas lo salvó; pero, cuando salió de la lucha, la juventud había pasado, y sólo quedaba en el alma un cariño inmenso por los que sufrían lo que él había sufrido. Siempre he mirado con un supremo respeto al distinguido escritor colombiano que tiene, como Prometeo, la cadena que lo aferra y el buitre que lo devora, sin que su espíritu decaiga un instante.

El centelleo de muchos papelotes todavía ardiendo, alumbraba mi cuarto; yo estaba de pie con la carta en la mano, como un hombre que se ahoga y aferra a una cuerda rota; por casualidad entró Oliverio. Al ver aquel montón de cenizas humeantes comprendió y dirigió una rápida mirada a la carta. ¿Están buenos en Nièvres? me preguntó fríamente.

Y así, cuando por bondad algún caballero la saca a bailar, se aferra a él, añadiendo a su condición de «planchadora» la de pelma. Le ocurre lo contrario que a la muy solicitada, la cual evita bailar muy seguido con el mismo caballero, actitud que podría inducir a la concurrencia en el error de suponer un principio de compromiso.

Sin defensa, ella se aferra a su cuello. ¡Qué poco pesas desde aquel día!... dice él en voz baja, dejándola bajar al suelo. ¡Oh! apenas me reconocerías, si pudieras verme; replica ella en voz también muy baja. ¡Oh! ¡cuánto daría por verte! Y trata de apartarle el pañuelo que le cubre el rostro.

Se aferra á un sistema, allí se encastilla con todas las razones que pueden favorecerle; su ánimo se va acalorando á medida que se ve atacado; hasta que al fin, sea cual fuere el número y la fuerza de los adversarios, parece que se dice á mismo: «este es tu puesto; es preciso defenderle: vale mas morir con gloria que vivir con ignominiosa cobardía

Parece entonces que todo va á concluir, que todo entre ambos cónyuges está roto; pero Emma se aferra al brazo del esposo, le demuestra que sus relaciones con Vélard constituyen un capricho frívolo que terminará, sin denuestos ni lágrimas, en cuanto ella quiera, y Farjolle, optimista y ecléctico, se deja persuadir.