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Estas palabras ya no hacían sonreír a los socios del Caballista, sino que las aprobaban con fervorosos gestos, con toda su fe de ricos labradores, que encogían los hombros cuando algún iluso proponía pantanos y canales, y todos los años costeaban grandes fiestas a la Virgen de la Merced, sacándola en rogativa apenas faltaba el agua a sus campos.

Tras una hora de encierro en el cuarto inmediato al del enfermo, a quien rodeaban su familia gemebunda y cuantos españoles hubo en las inmediaciones, fueron apareciendo uno a uno los doctores, en larga y solemne procesión; cediéronles los profanos el sitio en derredor del lecho; tomó la palabra el menos joven y más estirado de los médicos; dijo que estaban perfectamente de acuerdo todos los profesores allí reunidos, lo mismo sobre el pronóstico que sobre el diagnóstico de la enfermedad que aquejaba al señor marqués; que aprobaban lo que hasta entonces habían dispuesto los dignísimos compañeros que se les habían anticipado en el honor de prestar los primeros auxilios al ilustre paciente; que volverían a reunirse dentro de dos horas, y que buen ánimo, entre tanto, para conllevar la inevitable pesadumbre por lo ocurrido...; con lo cual, y una ceremoniosa inflexión de cuello y de espinazo, salió de la estancia seguido de sus comprofesores, lo mismo que habían entrado, uno a uno y con la respectiva inflexión de cuello y de espinazo, graves, muy graves todos, y a cual más atildado y taciturno.

Aquel cordial acuerdo, tan repentino, ¿era sincero? ¿No se podía presagiar que la armonía, difícilmente restablecida, no duraría mucho tiempo? Las caras sonreían; las palabras aprobaban; pero cada cual, allá, en su interior, hacía las necesarias reservas.... Encontrando el terreno preparado, la señorita Guichard, con la firmeza habitual de su carácter, no evitó las explicaciones.

Er muchacho tié talento decía uno. Habla como un diputao. Y los demás aprobaban. Ya se encargará Pablito, su primo, de que lo saquemos cuando yeguen las elecciones. Luis sentíase fatigado a veces de los triunfos que cosechaba en los casinos, del asombro que inspiraba su repentina seriedad a los antiguos compañeros de vida alegre. Renacían sus aficiones a divertirse con la gente humilde.

Hablaba desde el grupo formado en torno del cadáver, y, al ver que los circunstantes, aprobaban sus observaciones, pidió y obtuvo que la dejaran pasar. Entonces se acercó al Príncipe, que estaba en ese momento apoyado contra la cama, los brazos colgando, contraídas las manos y los extraviados ojos todavía vueltos hacia la muerta.

Los otros bolsistas aprobaban con movimientos de cabeza, y su esposa le miró con asombro y escándalo al mismo tiempo. Sin duda pensaba en Clarita, no pudiendo comprender cómo faltaba a sus deberes un hombre que decía cosas tan sensatas y dignas de respeto. Tras el palio, la gente admiraba un nuevo grupo de capas de oro, sobre las cuales sobresalía la puntiaguda mitra y el brillante báculo.

Los mismos que aprobaban sus planes, permanecieron silenciosos, como si les repugnase incluir al revolucionario en la pródiga distribución de tiros. Era un loco que imponía admiración, un santo que no creía en Dios; y aquellos señores de la tierra sentían por él un respeto igual al del moro ante el santón demente que le maldice y le amenaza con su palo.

46. Era el dia de la fiesta de la Asumpcion, cuando tres Luisistas, que poco con astucia y perfidia habian sido cautivados en el Rio Verde, (ó como dicen los Portugueses, Pardo, siendo por ellos mas conocido con este nombre) el dia antes de la fiesta se aparecieron en este puerto, cuando menos los esperaban. Estos contaban las siguientes cosas, es á saber: que despues de haber pasado dos semanas de cautiverio en la fortaleza del Rio Pardo, los llevaban rio abajo en una lancha á otro fuerte de los Portugueses, situado en la boca del Rio Grande, y de aquel grande estanque, para que fuesen presentados al Virey y autor de todos estos males el iniquísimo Gomez Freire. Eran 50 los cautivos, custodiados por 15 ó 16 Portugueses que los acompañaban. Por lo que, vista tan pequeña guardia, y incitados por algunos españoles que iban allí, los cuales dijeron que los llevaban á matar, conspiraron en matar la guardia, y ponerse en libertad, y no prevalecieron los pareceres de algunos que no aprobaban el motin por defecto de armas y discordia de los ánimos. La última deliberacion fué contra los Portugueses, y así inopinadamente acometieron

La bala le había penetrado por los riñones. El excusador, dominando su espanto, se apresuró a prestarle los auxilios espirituales. Sólo tardó tres horas en expirar. El suceso se comentó mucho y de muy diverso modo en el pueblo. Algunos aprobaban la conducta del cura. Estaba en su derecho defendiéndose de un facineroso que Dios sabe lo que haría con él después de robarle.

A los pocos pasos, un gitano joven, bronceado, con las mejillas roídas, oliendo a ropa sucia y a viruelas, quedaba como en éxtasis, con el sombrero pendiente de las dos manos, y rompía a cantar también a «la mare», «maresita der arma», «maresita e Dió», admirado por un grupo de camaradas que aprobaban con la cabeza las bellezas de su «estilo».