United States or Botswana ? Vote for the TOP Country of the Week !


Yo soy el bufón del rey; pero si no me conocéis á , conocéis mucho á un grande amigo mío. ¿Qué amigo? Don Francisco de Quevedo. ¡Cómo! ¡don Francisco de Quevedo! dijo el cocinero mayor ¿y está don Francisco en la corte? Y algo más que en la corte dijo el tío Manolillo. ¡Ah, ah! ¿Y conoces á don Francisco de Quevedo, sobrino? añadió el cocinero. Estuvo hace dos años en el lugar; iba huído...

¿Podéis ver esta noche á vuestro amigo? ¿A Juan? contestó con esfuerzo doña Clara. Lo veré, si vos queréis. ¿Sabéis dónde está? Está donde le han arrojado vuestros desdenes. ¿Y le sacarán de allí mis favores? ¡Oh! vos, señora, podéis sacar un alma en pena del purgatorio. Bien sabe Dios que me sacrifico por su majestad. O no os conocéis, ó no me conocéis, señora dijo gravemente Quevedo.

Puesto que conocéis á mi hermano, hacedme la merced de indicarme el más corto camino para su casa. Antes de que pudiera contestar el bandolero se oyeron las sonoras notas de una trompa de caza y vió Roger un hermoso caballo blanco que pasó á la carrera entre los árboles á corta distancia, seguido de la traílla y de numerosos cazadores.

Pablo de Lavardens, al pasar al lado del carruaje, hizo a las dos hermanas un saludo de la más alta corrección, y que de lejos descubría al parisiense. Los poneys corrían tan ligero, que el encuentro tuvo la rapidez de un relámpago. Bettina exclamó: ¿Quién es ese señor que acaba de saludarnos? Apenas tuve tiempo de verlo, pero me parece que lo conozco. ¿Lo conocéis?

Pues vos no me conocéis: 1445 Por Dios que algún hombre he muerto Aquí donde me miráis. Con los ojos, yo lo creo. DO

Pero, de repente, cesaron éstos de rugir, de revolverse en torno de él buscando sitio para hincar sus colmillos, y se colocaron a su lado escoltándolo y acogiendo con ronquidos de satisfacción el roce de sus manos. ¡Bárbaros! decía Rafael en voz queda, sin dejar de acariciarles. ¡Malas personas!... ¿Ya no me conocéis?

Pero dejándonos de bromas y ya que hablábamos de vuestro sobrino, ¿cómo ha pasado la noche ese valiente joven, señora María? ¡Qué! ¿conocéis á mi sobrino, tío Manolillo? ¡Bah si le conozco! ¿pero no habéis oído, señora María, ó es que tanto os interesa tener limpias las sartenes, ya que no podéis tener limpia la conciencia?

Voy al ejército de Navarra a procurar colocarme como cirujano. ¡Y no conocéis la lengua! No, señor, pero la aprenderé. ¿Ni el país? Tampoco: jamás he salido de mi pueblo sino para la universidad. ¿Pero tendréis recomendaciones? Ninguna. ¿Contaréis con algún protector? No conozco a nadie en España. Pues entonces, ¿qué tenéis? Mi ciencia, mi buena voluntad, mi juventud y mi confianza en Dios.

El señor Sôme, con las lágrimas en los ojos, se acercó diciendo: ¡Aquí estoy, hijos míos! ¡Tened un poco de paciencia!... ¡Soy yo! ¡Ya me conocéis! Mas apenas hubo llegado el panadero cerca del primer carro, el corpulento carabinero de las mejillas verdosas se reanimó y, metiendo el brazo hasta el codo en el puchero hirviendo, cogió la carne y la ocultó bajo la guerrera.

¡Ah! ¡le conocéis...! ¡os ha enviado él...! ¡ama á la otra...! ¡ama á doña Clara...! ¡y se casará con ella...! ¡oh! ¡no! ¡no se casará! ¡será necesario para ello que me haga pedazos la Inquisición! ¡Oh, Dios mío! exclamó á su vez el padre Aliaga. ¿Pero qué te ha dado ese hombre? exclamó con irritación el tío Manolillo ; ¿qué te ha dado que te ha vuelto loca?