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Finalmente se murió el pobre hombre, y no he de decir que le lloré muy poco... A punto estuvo de hacerme odiar Rosalinda. ¿Vive usted en ella todo el año? ¿Cómo no? Apenas si voy dos o tres veces a Dijón o a Chaumont y sólo por asuntos de intereses. A los seis o siete días que estoy en la ciudad ya no tengo más que un deseo, el de volver a mi casa lo antes posible.

Tengo otra razon mas para odiar á Rosas, y la publicacion de estas Rimas es mi venganza. Odio á Rosas, no solo porque ha sido el verdugo de los Argentinos, sino porque á causa de él he tenido que vestir las armas, correr los campos, hacerme hombre político y lanzarme á la carrera tempestuosa de las revoluciones sin poder seguir mi vocacion literaria. Hoy mismo, en medio de las embriagantes agitaciones de la vida pública, no puedo menos de arrojar una mirada retrospectiva sobre los dias que han pasado, y contemplar con envidia la suerte de los que pueden gozar de horas serenas entregados en brazos de la musa meditabunda. Cuando esto me pasa, se me viene á la memoria un cuento que en otro tiempo me hizo reir, y que hoy me hace suspirar, tal es la profunda verdad que encierra. Oiga el cuento, por fin de carta. Un pobre pastor, hablando consigo mismo, se decia: ¡Ah! si yo fuera rey!.... Y bien, qué harias? preguntóle uno que le oia, sin él advertirlo. ¿Qué haria? dijo el pastor, ¡cuidaria mis ovejas á caballo! Digo lo mismo. Si fuese rey haria versos. Y sin embargo, es probable que en el resto de mi vida no haga una docena de versos: BARTOLOM

Nos amaremos como esos santos de la Iglesia que estallaban en dulces palabras y arrobamientos estremecedores, sin osar el menor contacto de la carne. El amor es el instinto de la conservación de la especie, pero el nuestro será incompleto, no por odiar, como los santos, las leyes de la Naturaleza, sino porque las luchas de la vida nos han herido de muerte.

Estas preocupaciones, en un principio voluntarias y solicitadas por el pensamiento, llegaron a dominarla, convirtiéndose poco a poco en supersticioso terror; sus cavilosidades adquirieron esa tenacidad inconsciente de las perturbaciones mentales, y comenzó a odiar sus encantos, como si fueran obstáculo a su felicidad y causa de que no pudiera saber hasta dónde llegaba el amor del hombre a quien quería.

¿Las mismas razones que se la hacían odiar a los veinte años? Perpierre dijo estas palabras casi movido por un ímpetu inconsciente. Aunque la severidad de su cargo debía impedirle recordar sus antiguas relaciones con el acusador, una instintiva curiosidad por saber si el joven se acordaba todavía de él, lo hacía invocar lo pasado.

Por las palabras de estos autores se viene en conocimiento de cuán flaca i ciega es la razon humana, i cuán fácilmente tuerce i lleva la condicion de los mortales á odiar lo mas amado, i á amar lo mas aborrecido.

Mas después de casados, como quiera que ella no lograba hijos propios, comenzó a odiar al marido y a cavilar que la niña era hija disimulada de Belarmino; con que la criatura tampoco se libraba del odio de la apasionada mujer. En los apóstrofes y denuestos de Xuantipa, aunque muy veladas, siempre latían, como se habrá advertido, venenosas alusiones a este asunto.

En honra de la naturaleza humana puede decirse que, excepto cuando interviene el egoísmo, está más dispuesta á amar que á odiar. El odio, por medio de un procedimiento silencioso y gradual, se puede transformar hasta en amor, siempre que á ello no se opongan nuevas causas que mantengan vivo el sentimiento primero de hostilidad.

Tantas disposiciones mostraba, tanto le instaron los amigos y su misma esposa, que tenía sobrados motivos para odiar los negocios, que al fin consintió el viejo Reynoso en enviar a su hijo a Madrid para estudiar en el Conservatorio. Residía en casa de unos amigos y venía al Sotillo los sábados por la tarde para marchar el lunes por la mañana.

En fin, parecía aquello una suspensión de hostilidades. «Bien venido fuera; don Fermín aceptaba la lucha, si se ofrecía, pero prefería la paz. Sobre todo ahora, que tenía más que hacer, algo mejor y más dulce que odiar y perseguir a miserables, dignos de desprecio y de lástima».