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«Tía Mariposa, que la chica me gusta.» «Señá Usebia, que yo quiero ser su yernoToda la industria de las Carolinas, la Almenara y Bellasvistas presentaba a la madre sus memoriales; y ella, la muchacha, empeñada en despreciar lo más respetable del comercio, enamoricándose de un albañilillo que trabajaba cerca de la casa de sus señores. Por fin, se había salido con la suya, casándose.

No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos desvela la ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni madrugamos a dar memoriales, ni a acompañar magnates, ni a solicitar favores.

Allí, a la tela, al brocado, Al grave acompañamiento Abren las puertas, si tienen Razón, que yo lo confieso; Pero a la probreza, Nuño, Sólo dejan los porteros Que miren las puertas y armas, Y esto ha de ser desde lejos. Iré a León y entraré En Palacio, y verás luego Cómo imprimen en mis hombros De las cuchillas los cuentos. Pues andar con memoriales Que tome el Rey ¡santo y bueno!

Había dirigido en las últimas veinticuatro horas dos memoriales al Consejo que gobernaba la ciudad pidiendo que le facilitase una orden de movilización para reunir á todos los barberos y hacerles trabajar en el servicio de la patria. Pensaba dividirlos en varias secciones que diariamente cuidasen de la limpieza del rostro del Gentleman-Montaña, así como de la corta del bosque de sus cabellos.

A estas horas, el estudiante, no creyendo su buen suceso, y deshollinando con el vestido y los ojos el zaquizamí, admiraba la región donde había arribado por las extranjeras extravagancias de que estaba adornada la tal espelunca, cuyo avariento farol era un candil de garabato que descubría sobre una mesa antigua de cadena papeles infinitos, mal compuestos y desordenados, escritos de caracteres matemáticos, unas efemérides abiertas, dos esferas y algunos compases y cuadrantes, ciertas señales de que vivía en el cuarto de más abajo algún astrólogo, dueño de aquella confusa oficina y embustera ciencia; y llegándose don Cleofás curiosamente como quien profesaba letras y era algo inclinado a aquella profesión , a revolver los trastos astrológicos, oyó un suspiro entre ellos mismos, que pareciéndole imaginación o ilusión de la noche, pasó adelante con la intención, papeleando los memoriales de Euclides y embelecos de Copérnico; escuchando segunda vez repetir el suspiro, entonces, pareciéndole que no era engaño de la fantasía sino verdad que se había venido por los oídos, dijo con desgarro y ademán de estudiante valiente: " ¿Quién diablos suspira aquí?"

Lo inusitado de la cita y de la hora, movió en alto grado su curiosidad. Intentó satisfacer siquiera una parte de ella, echándome memoriales de un dulzor empalagoso; pero no me di por entendida. »Al despedir más tarde a Pepe Guzmán, le encargué mucho que no faltara la noche siguiente, para darle cuenta minuciosa del cumplimiento de uno de los trámites más importantes de mi plan.

¡Era de ver lo que pasaba en los Ministerios cuando don Simón entraba en ellos, a las horas marcadas por los Ministros para recibir a los diputados, cargado de pretensiones y atacados sus bolsillos de memoriales! Sus compañeros que siempre madrugaban más que él, habían caído ya sobre el terreno como nube de langostas.

Esa chica tendrá mal fin. ¡Y qué humos, bendito Dios, qué pretensiones! ¡Y qué morros nos pone a veces, después que la estamos manteniendo! Hay que echarle memoriales algunos días para poderle hablar. Es una huérfana. ¿Crees que el Canónigo la desamparará? No, yo no lo creo. Fíate del Canónigo y no corras.

Ya que me vas á salir con el materialismo de la misericordia.... A eso te respondo que si buenos memoriales eché, buenas y gordas calabazas me dieron. La misericordia que yo tenga, ¡...ñales! que me la claven en la frenteMadrid, Febrero de 1889. «Basta de contemplaciones. Basta de contubernios. Basta de flaquezas. Ha sonado la hora de las energías.

Por muchos años el libro de Relaciones, memoriales y cartas de Rafael Peregrino, escrito con suma habilidad por el Secretario de Estado que fué de Felipe II para vindicarse de las acusaciones de los tribunales y darse por víctima paciente de injustas persecuciones, ejemplo lastimoso de la crueldad del sino, ha servido al juicio de su persona, andando de mano en mano impreso en todas las lenguas y en multiplicadas ediciones, no por apología hecha de puño propio, parafraseada y puesta en la trompeta de la fama por el autor mismo, antes por Retrato al vivo del natural de la fortuna de Antonio Pérez, como título que aplicó más tarde al libro, ya que pasaba sin objeción ni respuesta.