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La verdad ante todo: yo, que hasta entonces dominaba la escena con el desembarazo que da la conciencia de «valer más» en la escala de la educación y de la cultura intelectuales, al verme enfrente de aquellos dos concurrentes de tan distinguido y elegante porte, sentí que se me bajaban mucho los humos de la chimenea, hasta en lo de llevar bien la ropa, particularmente en lo que tocaba la comparación con el apuesto y correctísimo yerno del señorón de Coteruco.

«No seáis cruel, mi querido Príncipe dijo la señora sonriendo. Por lo demás, yo espero quitarle al buen Migajas esos humos que está echandoUna carcajada general acogió estas palabras, y allí era de ver todas las muñecas, y los más celebres generales y emperadores del mundo, dándose simultáneamente cachiporrazos en la cabeza como las figuras de Guignol.

Por la arrugada frente de don Andrés pareció pasar una idea provocando su risa. ¿Sabes lo que pienso, Rafael? Que que eres joven y guapo, y has estado en aquellos países, podías dedicarte a conquistarla, aunque sólo fuera por bajarle un poco los humos y demostrar que aquí también hay personas. Dicen que es muy guapa y ¡qué demonio! la cosa no será difícil. ¡Cuando sepa quién eres!...

Las de Codillo, hijas de don Eusebio Codillo, el dueño del Café de la Marina, de la calle del Cantón, hoy arrendado a un murciano, son cinco y muy desiguales entre en color, en estatura y en carnes; pero todas ellas tienen cierto andar, cierto sonreír y cierto... vamos; y, sobre todo, unos humos de señoritas principales y acaudaladas, que meten miedo.

La familia de Madrid divierte á todo el mundo. El ruso nos prueba que tiene mucho oro. La familia de Madrid hace ver que tiene muchos humos en la cabeza. Si todo el mundo estuviese compuesto de rusos, como el de la calle de Lepelletier, y de familias, como la del convite de Madrid, la humanidad ofreceria seguramente un espectáculo muy curioso. Vamos á la última novedad.

Luego, el buque avanzó por el canal con una rapidez desusada en estos parajes. La gente, asomada á las bordas, comentaba los extraordinarios encuentros en este bulevar marítimo, frecuentado ordinariamente por buques de paz. Unos humos en el horizonte eran los de la escuadra francesa llevando al presidente Poincaré, que volvía de Rusia. La alarma europea había interrumpido su viaje.

Porque la vanidad, el demonio de las mujeres «de mundo», la poseía de pies a cabeza; y por eso, solamente era devota y benéfica en cuanto sus actos pudieran lucir en honra y gloria de sus humos de aristócrata acaudalada, y se dejaba arrastrar sin resistirse hacia las fauces del monstruo que la fascinaba, como el borracho contumaz hacia el lento suplicio de la taberna.

Suponía, al parecer, que el servicio que había tenido la dicha de prestarle, habría hecho subir á mi cerebro algunos humos de presunción que era urgente destruir.

Para estos apuros y otros semejantes, hay aquí un contingente regularcito de costureras con humos de modistas, que se despistojan con el afán de conseguir que sus exigentes parroquianas no encarguen sus vestidos a la capital, que dista catorce leguas. Y lo mismo se desvela y por idéntica causa, el sastre riojano; porque los hombres elegantes de aquí son punto menos que las hembras distinguidas.

Todos los esfuerzos de la primera, todas sus meditaciones, todos sus desvelos y todas sus consultas al espejo antes de darse a luz en los sitios más públicos de la villa, hecha un brazo de mar y cargada de relumbrones, no lograron colocarla en jerarquía más alta que la correspondiente al nombre de la tabernera, con el cual se la designó desde el primer día en que se hizo notar por sus humos estrafalarios.