United States or Spain ? Vote for the TOP Country of the Week !


Lo que había pasado antes entre el que llegaba y los presentes, por conocerse todos de trato, o de nombre cuando menos, pasó allí entonces; pero con la notable diferencia de que al reparar el de Provedaño en el de Coteruco, no acabó todo ello en el apretón de manos afectuoso o en los familiares y mutuos palmoteos en la espalda, sino que conmovidos y anhelantes uno y otro, sin decirse una palabra, se abrazaron tan estrechamente, que parecían no acertar a separarse.

En estas dudas vi a don Román Pérez de la Llosía salir como una flecha, de entre los más rezagados del grupo que bajaba, hacia el hombre que subía, y que éste, al notar que se le acercaba el de Coteruco, desprendió su diestra de la del campurriano, y se quitó con ella marcialmente el chambergo, descubriendo así la frente espaciosa y blanca, sobre la cual parecía reflejarse el rayo de luz que lanzaron entonces sus ojos.

La duración de los oficios no bajó un minuto de las dos horas calculadas; y cuando volvimos a la casona los que de ella habíamos ido a la iglesia, más el extraño don Lope que quería volverse a Coteruco desde allí, y se hubiera vuelto sin la intervención de don Román, único entre todos nosotros conocedor de los resortes por que se regía aquel carácter excéntrico, ya estaba la mesa preparada con todas las grandezas de abolengo..., y algo más que se había podido adquirir, hasta en las casas de los amigos, como don Pedro Nolasco y el médico.

Hay, finalmente, una parodia de junta revolucionaria, y milicia ciudadana, y clubs y manifiestos electorales. Yo no si en otras partes será todo esto muy serio; pero en Coteruco, pueblo de 300 vecinos, se convierte por mismo en caricatura. El abandono del trabajo, la taberna perpetua, los palos y asonadas, son la consecuencia primera y forzosa de tal delirio.

Correspondí con la mayor cordialidad y como mejor pude a aquellos nobles ofrecimientos; supo él adónde íbamos por allí; y sin querer aceptar un momento de descanso, que no necesitaba, retrocedió y se fue camino de la iglesia con nosotros... digo mal, con don Román solamente, pues le tomó éste por su cuenta desde luego, apartándose un buen trecho de los demás, que nada hicimos por acercarnos a ellos, respetando la santa avidez con que el noble expatriado de Coteruco aprovecharía aquella providencial ocasión de saber algo más de lo que sabía sobre el estado de cosas de su pueblo nativo, aunque fueran extraídas con la ganzúa de sus ansias de aquel arcón de cuatro llaves.

Debíase tal milagro a un don Román Pérez de la Llosía, señor rico, franco y campechano, sin aires de patriarca de la aldea, pero con muy buen sentido y recta intención en todo. El era la Providencia del pueblo, y su cocina la tertulia de Coteruco.

Esto le consolaba y le satisfacía; y si no había vuelto ya a Coteruco, era porque quería hacerse desear un poco más, para asegurar mejor la curación de sus «locos». Desgraciadamente no participaban sus hijos de aquéllas sus ilusiones, porque tenían otros gustos muy diferentes; pero todo podía arreglarse con algún sacrificio de cada cual.

La verdad ante todo: yo, que hasta entonces dominaba la escena con el desembarazo que da la conciencia de «valer más» en la escala de la educación y de la cultura intelectuales, al verme enfrente de aquellos dos concurrentes de tan distinguido y elegante porte, sentí que se me bajaban mucho los humos de la chimenea, hasta en lo de llevar bien la ropa, particularmente en lo que tocaba la comparación con el apuesto y correctísimo yerno del señorón de Coteruco.

Eso acontece en Coteruco, pueblo que llegan a corromper dos intrigantes y un mentecato, sin otro fin que el de satisfacer ruines pasiones y venganzas. Y eso que Coteruco era antes el mejor pueblo del valle, y aun el dechado de todos los pueblos de la Montaña, por la honradez y amor al trabajo de sus moradores.

Tan seguros como yo a estos hombres, tenía a los de Coteruco mi gran amigo don Román de la Llosía, y ya te he contado cómo y por qué, dos años hace, en cuanto vinieron estas políticas nuevas que hoy nos gobiernan, en un abrir y cerrar de ojos se le fueron de las manos, y de hombres agradecidos y cariñosos, se convirtieron en fieras enemigas suyas, hasta el punto de verse obligado el caballero, más por dolor de lo que veía que por miedo que lo tuviera, a mudar su residencia a Santander con toda su familia.