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En la calle de Lepelletier vive un ruso, el cual tira todos los dias á la calle media talega de napoleones.

En una de las esquinas de la calle de Lepelletier, hemos visto un marco con el retrato de un señor muy gordo, cuyo señor, segun se dice, cuenta con probabilidades de salir presidente del congreso de diputados. Este buen señor se llama Monsieur Chou, que es como si dijéramos en castellano el señor Col. Estoy escandalizado de mismo.

Esperamos que la calle de Lepelletier se despejase un poco de los infinitos carruajes que la ocupaban, y yo no podia menos de decirme entre tanto, al mismo tiempo que contemplaba el frontispicio de la Grande Opera: ¡qué poco sabrá más de un espectador las intrigas y los misterios que se disputan las horas del dia y de la noche, bajo la techumbre de esa enorme bóveda!

Pues señor, dijo el brigadier, difícilmente puede encontrarse un personaje de más peso y de más edad. Dejé á mis compañeros en su fonda, y el carruaje me llevó á mi casa, en donde encontré á la amable familia americana, la misma que nos habia convidado á la tertulia de la calle de Lepelletier.

Yo los hubiera dado con gusto, á no haber mediado el hombre que ladraba. Esta memoria me amargará toda la vida el corazon. A las ocho estábamos en la calle de Lepelletier, ante el teatro de la Grande Opera.

La familia de Madrid divierte á todo el mundo. El ruso nos prueba que tiene mucho oro. La familia de Madrid hace ver que tiene muchos humos en la cabeza. Si todo el mundo estuviese compuesto de rusos, como el de la calle de Lepelletier, y de familias, como la del convite de Madrid, la humanidad ofreceria seguramente un espectáculo muy curioso. Vamos á la última novedad.