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Los he visto permanecer así durante horas enteras; el olor nauseabundo de su aliento atrae a los mosquitos que se aglomeran por millones sobre la lengua; cuando una fournée está completa, el caimán cierra las fauces con rapidez, absorbe los inocentes visitantes, y de nuevo presenta al espacio el temible e inmundo ángulo.

En un rincón estaba la Tarasca, espantable monstruo de cartón que abría sus fauces asustando a Gabriel, mientras sobre su lomo rugoso giraba locamente una muñeca desmelenada e impúdica, que la religiosidad de otros siglos había bautizado con el nombre de Ana Bolena. Cuando Gabriel fue a la escuela, todos se asombraron de sus progresos.

Las conveniencias me impiden proseguir en esta exposición radiante de bellezas, que constituye el Fatal Femenino... Del resto, ya hablaremos más tarde. Todas estas cosas, Teodoro, están más allá de tus veinticinco duros mensuales... Confiesa, al menos, que estas palabras tienen el venerable sello de la verdad. Yo murmuré con las fauces abrasadas: ¡Cierto!

Los barquillos, dorados y tibios, caían en el regazo de la muchacha, que los iba introduciendo unos en otros a guisa de tubos de catalejo, y colocándolos simétricamente en el fondo del cañuto; labor que se ejecutaba en silencio, sin que se oyese más rumor que el crujir de la leña, el rítmico chirrido de las tenazas al abrir y cerrar sus fauces de hierro, el seco choque de los crocantes barquillos al tropezarse, y el silbo del amohado al evaporar su humedad sobre la ardiente placa.

El agua volvía a azotar a los del duelo en diagonales, que el viento hacía penetrar por debajo de los paraguas. Llovía a latigazos. Una nube negra, en forma de pájaro monstruoso, cubría toda la ciudad y lanzaba sobre el duelo aquel chaparrón furioso. Parecía que los arrojaba de Vetusta, silbándoles con las fauces del viento que soplaba por la espalda. Se subía la cuesta a buen paso.

Estaba el portón abierto de par en par, como puerta de quien no teme a ladrones; pero al sonido mate de los cascos de las monturas en el piso herboso del patio, respondieron asmáticos ladridos y un mastín y dos perdigueros se abalanzaron contra los visitantes, desperdiciando por las fauces el poco brío que les quedaba, pues ninguno de aquellos bichos tenía más que un erizado pelaje sobre una armazón de huesos prontos a agujerearlo al menor descuido.

Fortunato levantó la cabeza y sonrió. Hola, ¿eres ? Don Fermín se sentó en un sofá. Estaba un poco mareado; le dolía la cabeza y sentía en las fauces ardor y una sequedad pegajosa; se ahogaba en aquel recinto cerrado y estrecho; el alcohol le había perturbado.

»Pasé un día, dos y tres, sin pensar en nada, a fuerza de pensar mucho que no me interesaba, para no caer en las fauces de los pensamientos que temía.

Le imponía tanta magnificencia: la escalera toda de mármol, con dos leonazos melenudos al pie, a derecha e izquierda, las fauces abiertas, como si quisieran tragarse al incauto visitante; en el primer descanso, plantas exóticas; arriba, una vidriera de colores, y cuando la puerta se abría, veíase lujoso recibimiento, con estatuas y cuadros.

El viento soplaba recio, haciendo rodar sobre la negra superficie del mar enormes olas que venían á estrellarse con fragor sobre la muralla. Cádiz, la más bella ciudad de la Bética, enclavada dentro del Océano, apoyándose en la tierra solamente por un brazo estrechísimo, vivía feliz y tranquila en las fauces del monstruo. El bullicio de sus calles llegaba á los oídos de nuestros jóvenes.