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¿Qué ha de pasar? ¡Lo de siempre! repuso Mario de mal humor. ¿No lo ve usted? añadió fijándose en la puerta. Por detrás de los cristales se traslucía la silueta de una mujer. Al cabo de pocos instantes viose llegar de nuevo a Romadonga mordiendo el imprescindible cigarro y con el mismo paso tranquilo, dirigiendo miradas insolentes a las parroquianas.

Había que pagar a la modista; la idea de que ésta podía decir la verdad a sus parroquianas, todas señoras distinguidas, horrorizaba a la viuda, a pesar de que no tenía la menor amistad con ellas. Y a fuerza de cabildeos, acabó por encontrar la solución. La tenía al alcance de su mano. Juanito, propietario y mayor de edad, era la firma con garantías que ella necesitaba.

Tónica así la llamaban sus parroquianas comía en casa de éstas, cosía once horas, cuando no tenía que salir para comprar tela, hilo o botones, y por la noche regresaba a su habitación de la calle de Gracia, un piso tercero de una casa vieja y pequeña, que las dos mujeres tenían como «taza de plata», según expresión de las vecinas.

Y cuando los tenderos se alejaron un poco en dirección a otro grupo de parroquianas, la marquesa siguió catequizando a su amiga con este susurro: No se prive usted de comprarla si le gusta... y en verdad, es muy barata... Basta que venga usted conmigo para que no tenga necesidad de pagarla ahora. Yo tengo aquí mucho crédito.

Las parisienses saben dar un buen giro a sus frases, presentándolas de una manera conveniente y complicada, pero yo no ... y hablando francés me costaría mucho salir del paso si no dijera las cosas lisa y llanamente como se me ocurren. En fin, estoy contenta, en extremo contenta, señor cura, y espero que vos también quedaréis satisfecho de vuestras nuevas parroquianas.

La había creído igual á todas las que languidecían en sus brazos siguiendo el ritmo complicado de la danza. Después la encontró distinta. Las resistencias de ella á continuación de las primeras intimidades verbales exaltaron su deseo. En realidad, nunca había tratado á una mujer de su clase. Las de su primera época eran parroquianas de los restoranes nocturnos, que acababan por hacerse pagar.

Estoy haciendo ensayos a ver que tal me compongo... Ya he buscado algunas parroquianas de la grandeza, y han ido a mi casa muchas señoras... Todas encantadas de lo que tengo. He mandado hacer unas tarjetitas...

Iba a contestar; pero su madre, que llevaba la palabra por toda la familia, respondió: «Es peinadora... Está aprendiendo con una vecina maestra. Ya tiene algunas parroquianas. Pero no le pagan, naturalmente... Es una sosona, y como no le pongan los cuartos en la mano, no hay de qué. Yo le digo que no sea panoli y que tenga genio; pero... ya usted la ve.

No te pido papiris der Banco; suerta manque sean tres perrillas más. En sus exploraciones en torno del mercado, cuando vagaban aburridas, sin encontrar parroquianas, plantábanse audazmente ante los hombres que salían de las tabernas o los comerciantes que tomaban un poco de aire a la puerta de sus establecimientos. ¿Te la digo, grasioso?

A las dos semanas chapurreaba el valenciano de un modo que hacía reír a las labradoras parroquianas de la casa, y sin que la dureza del trabajo disminuyera para él, todos le querían y no sabía a quién atender, pues Melchor por aquí, Melchorico por allí, nunca le dejaban un instante quieto.