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Cuando yo lo supe, figúrate cómo me pondría y qué de cosas le diría a ese mal aconsejado niño, porque, no tengas duda, le arrastran los amigotes, y Quilito había dado en la manía de hacerse un Creso de la noche a la mañana... ya ves si tenía yo razón y no era tan pesimista... Antes de decirte nada, intenté allegar recursos, empeñando cuanta antigualla de algún precio y chafalonía guardaba en el armario: hasta mi Virgen de Luján ha ido a casa del prendero; y no bastando esto, ¡qué había de bastar! me fuí a casa de misia Petronila a pedirle un préstamo sobre nuestra casita, y no ha querido... ¿qué hacer? el plazo es tan corto, que no da tiempo para nada; ¿hemos de consentir que un pagaré firmado por Aquiles Vargas vaya a manos de ese hombre? ¡no, por Dios!... he luchado con la idea, he luchado, pero no encuentro yo otra solución: Esteven nos ha robado nuestra fortuna, la que, por delicadeza y por orgullo, no hemos querido reivindicar ante los tribunales, fortuna que ha gozado y sigue gozando... pues bien, llega este caso, desgraciado, fatal, y yo, apretándome el corazón y pisoteando mi amor propio, voy a Gregoria, que dígase lo que se quiera, es nuestra hermana... con él no deseo nada, ni verle... voy a Gregoria y la digo: Mira, yo nunca te he pedido nada, nunca te he molestado en la posesión de lo que nos dejó nuestro padre, pero hoy me pasa esto: Quilito, el hijo de tu hermano y de la hermana de tu marido, que es Vargas y Esteven como y como tus propios hijos, debe esta cantidad, y la honra y quizá la vida le va en pagarla: préstame esa suma, Gregoria, y toma mi casa, lo único que poseemos, en garantía; ya ves que no vengo a pedirte nada, no vengo a que me des nada.

Le había visto al salir de misa y subiendo a la Glorieta, y en la Glorieta misma, arrimado a la sevillana, y en gran intimidad con ella algunas veces. ¡El grandísimo pazguato que jamás tuvo dos palabras al caso para pagarla las muchas con que ella le había buscado la lengua en más de cuatro ocasiones!

Pero me creí obligado a sustituirle a usted para no perder una hermosa pieza, rara en este terreno. Le pertenece por derecho. No me permito, pues, ofrecérsela: se la devuelvo. Añadió algunas frases más para obligarme y acepté el obsequio del señor Domingo como deuda de galantería dispuesto a pagarla.

Ella lo haría todo, ¡y con qué placer! se la presentaba la ocasión de pagar esa deuda, imposible de saldar jamás, del hijo con el padre, de pagarla en la moneda del cariño, de la abnegación, del sacrificio, única moneda válida para tales deudas. ¿Qué la importaban el lujo, las fiestas, la vanidad de la posición perdida?

Pero si alguien me hiciese ver que la riqueza debía pagarla con la renuncia del amor, le juro que saltaba a tierra en el primer puerto para volverme a Europa.

Por batir unas cataratas al marqués de Castro había llevado diez y ocho mil reales, y por la cura de una conjuntivitis del niño de Cucúrbitas, había puesto una cuenta tal, que los Cucúrbitas, para pagarla, se empeñaron por seis años. «Pero, en fin, Dios nos asista, y salgamos con bien de esta.

Pero, hijo replicó la fundadora , si usted es un pobre. ¿Qué necesidad tiene de ese gasto? Si no hubiera más remedio, muy santo y muy bueno. Pero no sea usted tonto y guarde su dinero, que bastante falta le hace. Esta obligación la pagará quien debe pagarla, y no digo más: al buen entendedor...

Derramó torrentes de lágrimas, lágrimas de alegría, me aseguró que su plegaria de todas las noches había sido oída, y se apasionó de mi prometida antes mismo de conocerla. ¿Qué hubiera dicho mi amigo Pütz, que había bajado a la tumba sin ganar la comisión que esperaba recibir por mi casamiento? «A su hijo me dije, es a quien tengo que pagarla

Nuestras tres avecillas tenían casa, pero no con qué pagarla, pues Melchor había dejado las arcas en tal estado de pulcritud, que no se encontraba en ellas rastros de moneda alguna. «Dios aprieta, pero no ahoga», dijo Relimpio. Isidora, para atender a las apremiantes necesidades de cada día, empezó a despojarse de su ropa. No era la primera vez que tenía que desnudarse para comer.

Sólo dirigiéndome la palabra me honra Vd. ¿Había de pagarla con descortesía o ligereza? No se hable más del caso. Lo que quiero, es saber que no le he ofendido a Vd. Y le tendió amistosamente la mano. Ambos quedaron perplejos, y desde entonces fueron más reservados uno para con otro.