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Pero su soledad le horrorizaba... tenía miedo del aire libre, quería un refugio, todo era enemigo. «Su madre, su madre del alma». Salió del templo, corrió, entró en su casa. Doña Paula barría el comedor; un pañuelo de percal negro le ceñía la cabeza sobre la plata del pelo espeso y duro, como un turbante. ¿Vienes del coro? , señora. Doña Paula siguió barriendo.

A los cinco minutos Emma abrió los ojos desmesuradamente, y con una tranquilidad fría y perezosa, dijo, en una voz apagada que horrorizaba siempre a Bonis: Hueles a polvos de arroz. En las novelas románticas de aquel tiempo usaban los autores muy a menudo, en las circunstancias críticas, esta frase expresiva: «¡Un rayo que hubiera caído a sus pies no le hubiera causado mayor espanto!».

Después había sentido de súbito como una puñalada en el corazón, y cayó al suelo. Le quitaron las ropas de lujo, la descalzaron, le fueron arrancando una a una las bellas prendas, profanadoras del sepulcro, y poco después dejó de existir. Este recuerdo, que siempre la horrorizaba, llevó a la marquesa a contemplar un hermoso cuadro colocado sobre la chimenea.

Me horrorizaba al oír hablar de naciones, de políticas, de diferencias religiosas, de guerras, de congresos; invenciones todas de la necedad humana que al mismo tiempo que ha establecido leyes, estados, privilegios, dogmas, ha inventado cañones y fusiles para destruirlo todo.

Le horrorizaba el momento de una explicación, como él se complacía en llamar a la escena que preveía; pero la prefería, o tal se le figuraba, al estado de susto perpetuo, de excitación leporina en que vivía de día y de noche. En cuanto Emma le hablaba, o le miraba, o le mandaba a llamar, creía llegado el momento.

Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas.

Nada nuevo podía esperar; se horrorizaba pensando en el parloteo vano de una desconocida que desea hacerse interesante; en las mentiras de un sentimentalismo repentino y falso; en la grotesca animalidad del acoplamiento que daría fin á tanta molestia. No; le era imposible.

La desventurada no sabía ya qué partido tomar; se horrorizaba al pensar que entre los miles de habitantes de este enjambre no había uno que le dijera el nombre de la calle donde estaba el único asilo que podía acojer á la huérfana abandonada, sola, injuriada, medio muerta de miedo y dolor.

Desconfiada, sin embargo, porque la idea de que su prodigio, su ídolo, fuera a caer en la cueva hedionda de los Vargas la horrorizaba, no quiso llevarla más a bailes, pero esta determinación, fácil de realizar dada la docilidad de la niña, parecióle muy poco, y día a día, ella y don Bernardino, renovaban sus catilinarias contra la odiada familia.

El recuerdo de aquellos promontorios negruzcos, del mar gris, de los pantanos fangosos, me horrorizaba. Pasé la noche en el campo, y a la mañana siguiente, al salir el sol, entré en el puerto de Wexford. Había una goleta que iba a Saint-Malô. Hablé con el capitán para que me llevara, y tuve que vencer su resistencia. Le di el dinero que tenía y prometí pagarle más al llegar a Francia.