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Y al mismo tiempo que estas noticias inquietantes para su porvenir, llegaban otras que le herían en sus mejores recuerdos. Una gran dama de la corte, con la que había tenido unos amores de grata memoria, vendía ahora periódicos en las calles; otra muy elegante, que lanzaba las modas en Petersburgo, barría la nieve y había perdido varios dedos por el frío.

Estupiñá abría todas las mañanas, barría y regaba la acera, se ponía los manguitos verdes y se sentaba detrás del mostrador a leer el Diario de Avisos.

Luján lanzó un alarido horrible, incomprensible en el aparato eufónico de un niño, y se quedó con el pelo erizado y los brazos rígidos y extendidos hacia aquella ola inmensa que barría del mundo a un inocente, cumpliendo una tremenda justicia de Dios.

Los marineros todos le ayudaron con celo y con brío en la ruda faena, mientras que conservaban esperanzas; pero la nave, impulsada por los vientos y por las olas, ya parecía elevarse a las nubes, ya hundirse entre dos enormes montañas de agua, y no obedecía al timón, y se ladeaba a veces como si fuera a volcarse, y el agua subía por cima de la cubierta, la barría con furia y penetraba hasta el fondo.

En la última casa del pueblo una vieja barría canturreando su portal. ¡Bòna dòna, bòna dòna! gritó Teulaí. La buena mujer acudió, tirando la escoba. Era demasiado célebre el cuñado de Marieta en muchas leguas a la redonda para no ser obedecido inmediatamente.

Le parecía que algo nuevo circulaba por su venas; era vino caliente y espumoso que arrollaba y barría la antigua horchata.

El aire salino los obscurecía, dándoles un tono de pan moreno; la piel blanca de las rubias amarilleaba con la tonalidad del marfil viejo. La brisa húmeda barría los polvos de la cara, conservándolos únicamente en las arrugas y oquedades de la piel, formando un barrillo blanco.

Juana la Larga, según queda indicado, gracias a su constante actividad, buen orden y economía, en todo lo cual su hija la ayudaba con inteligencia y celo, había mejorado de posición y de fortuna. Tenía una criada muy trabajadora, que barría y fregaba, y bajo la dirección de las señoras guisaba también, dejando a estas el tiempo libre para ejercer sus lucrativos oficios.

En cambio, dentro de casa, aumentaban sus gracias sobremanera; sus movimientos eran sueltos y desembarazados, los ojos adquirían brillo y animación y todo su cuerpo cobraba una libertad que perdía así que ponía el pie en la calle. Barría sin apresurarse, con firmeza y sosiego, como quien cuenta siempre llegar a tiempo, tarareando muy bajito un pasacalle.

Por último, dirigió al azar una mirada y vio distintamente una hoguera en la cumbre del Giromani, al otro lado del Blanru, una hoguera que barría el cielo con su ala púrpura y retorcía la sombra de los abetos proyectada en la nieve.