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Una jovencita de rostro exangüe que se transparentaba, como si fuese á dejar ver las oquedades y las aristas de su cráneo. Tosía convulsivamente, y entre tos y tos se llevaba á la boca un cigarrillo. En otra mesa vió á una mujer avejentada y de aspecto abyecto, que tal vez en su juventud había sido hermosa.

La más leve sonrisa abría en sus mejillas dos tristes oquedades obscuras, que tal vez habían sido antes graciosos hoyuelos.

Febrer veía saltar sobre las oquedades del gran peñón gris, sombreadas por el verde de las sabinas y los pinos marítimos, unos puntos de color, semejantes a pulgas rojas o blanquecinas, de incesante movilidad.

Las olas, como furiosos toros azules, topaban entre espumarajos de rabia contra la peña, abriendo cóncavas oquedades, cuevas profundas que se prolongaban hacia lo alto en forma de grietas verticales. Esta labor secular iba royendo la costa, arrebatándola su coraza de piedra, lámina por lámina. Despegábanse de ella fragmentos enormes como murallas.

La correa que le cruzaba pecho y espalda, uniéndose por ambos lados á la cintura, se hundía en el paño, como si detrás de su trama no encontrase la resistencia de un cuerpo. El rostro avanzaba con una agudeza de cuchillo bajo la visera de la gorra militar. Su epidermis, rugosa y macilenta en plena juventud, marcaba todas las aristas y oquedades del hueso.

El humus fecundo, la temperatura tropical, la humedad que manaba por todas partes, habían cubierto estas laderas de prodigiosa vegetación. Surgía de la tierra amontonada entre los bloques negros, de las grietas y oquedades de la piedra, como si ésta tuviese en aquel paisaje maravilloso un poder de fecundidad.

Fuertes esqueletos acusando tras la piel de tirante rigidez, sus aristas salientes y sus oquedades oscuras. Cuerpos, en los que era mayor el desgaste que la nutrición, y la ausencia de músculos estaba suplida por los manojos de tendones engruesados por el esfuerzo.

Se juntaron al borde del mar, en un ancho camino que serpenteaba entre las rocas sueltas orladas de espuma y las paredes casi verticales del acantilado. Las mesetas y oquedades de la piedra habían sido aprovechadas, en este promontorio de escasas superficies horizontales, para construir algunos edificios que albergaban á las familias de los empleados de Mónaco.

Fue en el mismo instante que un relámpago coloreaba de luz lívida el mar y estallaba un trueno sobre su cabeza, conmoviendo con horrísono tableteo los ecos de la inmensidad marítima y las oquedades y cimas de la costa. «No; los muertos no mandan, los muertos no gobiernanJaime, como si fuese un hombre nuevo, se burló de sus pensamientos de poco antes.

En sus intersticios y oquedades, las plantas se agitaban con una vida animal y las bestias tenían la inmovilidad de los vegetales y las piedras. La barca parecía flotar en el aire, y á través de la atmósfera líquida que envolvía á este mundo del abismo iban bajando los anzuelos, y un enjambre de peces nadaba y coleaba al encuentro de la muerte.