United States or Kyrgyzstan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Echó una mirada en torno y vió el caballo del Duque atado a un árbol. Siguió precipitadamente, pero cuidando de no hacer ruido, por una de las avenidas orladas de coníferas que conducían a la casa. Como conocía todas las entradas, no se dirigió a la puerta cuyo llavín llevaba consigo. Temía que algún criado le sintiese.

Había pasado al puerto militar, estrecha ría que se retuerce por el interior de la ciudad, partiéndola en dos. Un gran puente giratorio ponía en comunicación ambas orillas, orladas de vastas construcciones y altas chimeneas: talleres de la marina, depósitos, arsenales, diques secos para la limpieza de los buques. Los remolcadores movían continuamente su agua verde y fangosa.

El pueblo extendía hasta cerca del agua sus calles rectas, orladas de casitas blancas, donde se albergaban por una temporada los veraneantes, todas aquellas familias venidas del interior en busca del mar. Cerca del muelle, un caserón mostraba sus ventanas como hornos encendidos, trazando regueros de luz sobre las inquietas aguas. Era el Casino.

Se juntaron al borde del mar, en un ancho camino que serpenteaba entre las rocas sueltas orladas de espuma y las paredes casi verticales del acantilado. Las mesetas y oquedades de la piedra habían sido aprovechadas, en este promontorio de escasas superficies horizontales, para construir algunos edificios que albergaban á las familias de los empleados de Mónaco.

Las orillas están orladas de mimbres en primer término. Por detrás de ellos asoman algunas filas de álamos blancos, cuyas hojas plateadas, heridas por la luz y agitadas por el soplo blando de la brisa, despiden hermosos destellos. La falúa se deslizaba suavemente, aguantando imperturbable los rayos solares. El aire reseco había perdido sus condiciones de sonoridad.

Del primer piso, y cubriendo el rótulo ajado de la casa, Antonio Cuadros, sucesor de García y Peña, colgaban largas cortinas formadas de mantas que parecían mosaicos, orladas con complicados borlajes y apretadas filas de madroños; fajas obscuras, matizadas a trechos con gorros rojos y azules prendidos con alfileres; pañuelos de seda con piezas de docena, ondulados como nacarado oleaje, y percales estampados, mostrando pájaros fantásticos y ramajes quiméricos con rabiosos colorines que conmovían placenteramente a las bellezas de la huerta.

La Avenida de Mayo abrió ante ellos su larga perspectiva: dos filas de altos edificios y dos líneas de aceras orladas de árboles, con grandes escaparates y numerosos cafés y hoteles, que esparcían fuera de sus puertas mesas y sillas.

Cerca de un mes permanecieron en la antigua ciudad episcopal, paseando a la caída de la tarde por las calles solitarias cubiertas de hierba, con sus palacios ruinosos del tiempo del Concilio; bajando en esquife la corriente del Rhin a lo largo de riberas orladas de bosques; deteniéndose a contemplar las casitas de techo rojo y amplias parras bajo las cuales cantaban los burgueses jarro en mano, con una alegría germánica de sochantre, grave y reposada.

Ni uno solo de aquellos hombres que quedaban allá abajo le había hablado de amor, de amor cierto, ni se lo había inspirado. Repasando todos los años de la inútil juventud, recordaba, como la mayor delicia que pudiera cargarse al capítulo de amor tal vez, alguna mirada de algún desconocido en uno de aquellos paseos por las carreteras orladas de árboles poblados de gorriones y jilgueros.

Estas habían sido bien barridas y alfombradas luego de juncia y gayomba. Aguardando ver pasar la procesión se hallaban muchas personas en las puertas, ventanas y balcones, pendientes de cuyas rejas y barandas lucían vistosas colgaduras de damasco encarnado, verde y amarillo, o de colchas de algodón estampado con enormes floripondios y orladas de rizados y cándidos faralaes.