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Lejos de eso, me puse a soñar que era el feliz esposo de la princesa Flavia, con la cual habitaba en el castillo de Zenda y me paseaba por las sombreadas alamedas del bosque, todo lo cual constituía un sueño muy placentero por cierto.

Febrer veía saltar sobre las oquedades del gran peñón gris, sombreadas por el verde de las sabinas y los pinos marítimos, unos puntos de color, semejantes a pulgas rojas o blanquecinas, de incesante movilidad.

Es una vasta llanura de horizonte abierto, poblada toda de cereales, viñas, plantaciones de cáñamo y hermosos bosques esmeradamente conservados. En el fondo de ese magnífico panorama de verdura se desliza el Loira, lento y silencioso, con sus márgenes sombreadas de interminables filas de álamos y otros grandes árboles, y formando extensas playas donde reverbera el ardiente sol del estío.

Pero la boca de la alcantarilla no ha vomitado en el río toda el agua que corría entre las márgenes sombreadas más arriba de la ciudad y de sus fábricas.

Entonces siguió un instante por sus orillas, sombreadas de avellanos, hasta el paraje más oculto y umbrío, donde solían lavar las doncellas de Entralgo cuando en el verano los rayos del sol quemaban demasiado. Allí la encontró. Acababa de llegar y tenía depositado en tierra su cesto de ropa sin haberlo tocado todavía.

Es preciso pensar en el cobre, cuando á consecuencia de accesos frecuentes de epilepsia, los enfermos conservan la vista huraña, los ojos brillantes ó apagados, las facciones sombreadas, el aspecto angustioso, grande desigualdad de carácter, laxitud, grande debilidad muscular, movimientos y estremecimientos involuntarios, y grande impresionabilidad de todos los órganos.

El ancho llano rayado por los surcos se detenía bruscamente al pie de las rocas y de las pendientes sombreadas por castaños. Las elevadas cumbres azules columbradas en lontananza habían desaparecido tras las cimas menos altas, pero más próximas.

Tiene callejuelas tortuosas que reptan monte arriba; tiene vías anchas sombreadas por plátanos; tiene viejas casas de piedra con escudos y balcones voladizos; tiene una iglesia con filigranas del Renacimiento, con una soberbia reja dorada, con una torre puntiaguda; tiene una plaza donde hay un hondo estanque de aguas diáfanas que las mujeres bajan por una ancha gradería a coger en sus cántaros; tiene un castillo que aún conserva la torre del homenaje, y en cuyos salones don Diego Pacheco, gran protector de los moriscos, vería ondular el cuerpo serpentino de las troteras.

En todos los diarios se pondera la extension de los campos, la feracidad del suelo, y el aspecto pintoresco de las vegas, sombreadas de una variedad de árboles, tan lozanos como corpulentos. Los cedros, los vinales, los lapachos, los algarrobos, etc. ostentan dimensiones colosales, y cuentan siglos, de existencia.

Lo mismo que el arroyo del valle y los grandes ríos del llano, el pequeño barranco tiene sus orillas sombreadas por árboles. El álamo blanco se levanta al lado del haya y el abedul; las hojas finamente cortadas del fresno, aparecen por entre dos altos olmos con su ramaje como arreglado por la mano del hombre; el tronco blanco del abedul resalta al lado de la rugosa y sombría corteza de la encina.